La Vida Más Allá de la Sepultura
se estremece al recordar la costosa vivienda que edificara para
“disfrutar en la vejez” en el ambiente de la ciudad natal, en-
tre los rostros amigos y lisonjeros, los ambientes nocturnos tan
acogedores, las risas fingidas de las mujeres... No se había pre-
parado para ese “otro mundo” que le parecía inexistente, fantas-
magórico e ingenuo; la forma era su reino, su gloria y su motivo
de ser y vivir.
¿Encontráis por ventura que un hombre terreno, como el
que cité por ejemplo, podría ser lanzado intempestivamente en
un ambiente saturado del más augusto silencio, en donde vibra
una vida puramente introspectiva y para la cual no se preparó?
Dios, infinitamente bueno, cuando solicita al hombre su libera-
ción de las cosas materiales, lo hace de modo suave, bondadoso
y persuasivo.
Realmente, Jesús nos advirtió que “su reino no era de este
mundo; pero, ¿cuántos de vosotros estáis en condiciones de
desencarnar sin que os encontréis fuertemente adheridos a las
cosas prosaicas de la Tierra? Si aún no podéis abandonar la in-
fluencia que ejerce sobre vosotros el beber, el fumar, el comer el
excitante bife con cebolla, entonces es obvio que será más difícil
vivir en la esencia más pura del Espíritu y apartaos definitiva-
mente de las formas.
También es verdad que en nuestra metrópoli no habitan
almas del quilate de un Buda, Francisco de Asís, Krisna o Je-
sús, pues sería paradójico que tales almas habitaran un plano
de vida espiritual semejante al de la Tierra, pues ya se habían
desprendido de las cosas materiales cuando vivían en el cuerpo
carnal.
Al contacto gradual con las formas planetarias, cada vez
más sublimadas, el espíritu va desarrollando el sentido psicoló-
gico y el entendimiento mental, haciéndolo pasar de las formas
rudimentarias a las más elevadas, y cambiar las expresiones
groseras por otras superiores. Aunque sean formas, ellas siem-
pre tienden hacia el sentido estético, que varía de un alma con
otra, pues, como sabéis, entre dos hombres de la misma edad
material, uno se deleitará oyendo música agitada, mientras que
el otro sentirá verdadero placer ante la ejecución de la “Pasto-
ral” de Beethoven o los “Preludios” de Liszt.
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