Ramatís

elevados, cuando nos visitan, se quejan de que aún estamos de-

masiado materializados y por eso sufren la opresión de nuestro 

medio astral. Se angustian con las reminiscencias subjetivas de 

sus propios moradores cuando éstos se dejan envolver por los 

recuerdos terrenos. Nuestras agrupaciones son más sensatas y 

más dinámicas que las de la Tierra, porque no estamos sujetos 

a las incesantes destrucciones causadas por catástrofes, ocasio-

nadas por los elementos físicos y, además, estamos alejados del 

espíritu belicoso de las guerras fratricidas.

En vez de encontrarnos en un mundo virtual, sin relacio-

nes exteriores, actuamos exactamente en las “causas” de nues-

tra vida material. Ésta, en verdad, es bastante ilusoria, porque 

segundo a segundo se transforma y envejece, modificándose y 

perdiendo su razón de existir. Cada colectividad espiritual que 

se intercala entre la Tierra y las regiones superiores divinas, que 

se sitúa en la corona sutilísima de los fluidos astrales, significa 

una nueva compuerta que se abre hacia la verdadera vida del 

espíritu, a fin de liberarlo con más facilidad de las pasiones ani-

males que separan al hombre del ángel.

Pregunta! En vuestro modo de vida astral, ¿existe el meta-

bolismo apropiado, que garantice la vida del periespíritu en el 

medio que se encuentra a semejanza de lo que sucede con noso-

tros, cuya vida es sustentada por el aire atmosférico a través de 

nuestros pulmones?

Atanagildo: Sin duda alguna, aunque estamos situados en 

planos de sustancias quintaesenciadas del astral, vivimos rela-

cionados con el mundo exterior, a pesar de todas vuestras du-

das. Así como respiráis el aire, que es un producto químico del 

oxígeno, hidrógeno y ázoe, nosotros también respiramos un ele-

mento nutritivo, en afinidad con nuestro estado de almas desen-

carnadas. Vivimos en un ambiente de magnetismo sutilísimo, de 

una vitalidad distinta a la atmósfera terrestre, que fluye prin-

cipalmente de la cuota de amor y simpatía que se intercambia 

entre los moradores de esta región. Aquí todo se influencia recí-

procamente; seres y cosas están impregnados de la sustancia en 

que habitamos, por cuyo motivo insisto en afirmaros que nues-

tro ambiente parece una prolongación viva de nosotros mismos.

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