Ramatís
una visita, ¡lo que primero le preocupa es el cigarro! Si le faltara,
no pondría reparo a sacrificio alguno; pues si fuera necesario,
viajaría hasta la ciudad próxima, perdería el almuerzo o subesti-
maría la cena nutritiva, pero en modo alguno se arriesgaría a que
le faltara su inseparable alimentador del vicio que lo domina.
Sometiéndose pasivamente a ese obsesor imponderable que
comanda su psiquismo, ensucia de ceniza sus trajes, los tapetes,
las toallas o las ropas de la cama, dejando su marca de nicotina
por todos los lugares por donde pasa. De vez en cuando, corre
a apagar un principio de incendio cuyo origen fue el descuido
en tirar el fósforo encendido que cayó sobre la lujosa poltrona,
ola colilla del cigarro caída sobre el tapete o la servilleta de
la mesa. Hasta el tugurio del pobre puede ser destruido por el
fuego, debido al vicio del tabaco o al tizón con que el campesino
enciende su típico cigarrillo de paja.
de acuerdo con lo que aseguran las estadísticas de las com-
pañías de seguros, la tercera parte de los incendios son produ-
cidos por descuidos de los fumadores inveterados. es indudable
que sólo puede ser de naturaleza obsesiva ese hábito nefasto
que hace al fumador perder hasta el sentido lógico de la pruden-
cia y poner en peligro su propia vida.
el fumador que pierde su control mental quemando el ci-
garro entre los labios displicentes, es realmente un obcecado, no
obstante se quiera disculpar el vicio asegurando que es inofen-
sivo. ¡Cuántos fumadores, a la hora del reposo en el lecho aco-
gedor, se afligen al verificar que les falta el cigarro, al extremo
de no vacilar en enfrentar intemperie o noches avanzadas, para
salir en busca de su vigilante cruel! ¡aun no acaba de caerles el
café en el estómago, y ya el vicio les impone el deseo de fumar;
aún no acaban de abandonar las cubiertas del lecho para hacer
la acostumbrada higiene bucal, y lo primero que echan en el
bolsillo del pijama, es el paquete de cigarrillos que se hallaba en
la mesita de cabecera!
PREGUNTA: – Hemos tenido conocimiento que muchos de
los grandes hombres han fumado. Lord Byron, consideraba el ta-
baco como un motivo sublime, y Bulwer Lytton, gran novelista y
poeta, fumaba también, asegurando que el humo es un excelen-
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