Ramatís

objetivos superiores. En “Misioneros de la Luz”, obra recibida 
por Francisco Cándido Xavier, el autor espiritual focaliza si-
tuaciones que comprueban la importancia del vegetarianismo 
entre los adeptos del espiritismo. en el capítulo iV, página 41, 
evocando su existencia física, el autor dice:

Con el pretexto de buscar recursos proteicos, extermi-

nábamos pollos y carneros, lechones y cabritos incon-

tables. Comíamos los tejidos musculares y roíamos los 

huesos. no contentos con matar los pobres seres que 

nos pedían rutas de progreso y valores educativos para 

atender mejor la obra del Padre, dilatábamos la acción 

de la exploración milenaria, e infligíamos a muchos de 

ellos determinadas molestias para que sirviesen nues-

tros paladares con más eficiencia. el puerco común, era 

puesto por nosotros en régimen de ceba y el pobre ani-

mal, muchas veces a costa de residuos, debía crear para 

nuestro uso ciertas reservas de grasa, hasta que se pos-

trase por completo, delegado por el peso de mantecas 

enfermiza y abundantes. Colocábamos gansos de modo 

que engordaran al máximum, para que se les hipertro-

fiasen los hígados, con el fin de obtener pastas sustan-

ciosas y famosas, sin preocupación alguna para con las 

faltas cometidas con el propósito de lograr supuestas 

ventajas en el enriquecimiento de valores culinarios. en 

nada nos dolía el cuadro de las vacas madres, en di-

rección al matadero, para lograr que nuestras cazuelas 

oliesen agradablemente.

Más adelante, en la página 42 de la misma obra, el autor 

cita parte de un diálogo con una autoridad técnica de este lado:

los seres inferiores y necesitados del planeta no nos 

encaran como superiores generosos e inteligentes, sino 

como verdugos crueles. Confían en la tempestad furiosa 

que perturba las fuerzas de la naturaleza, pero huyen 

desesperados cuando se aproxima el hombre de cual-

quier condición, con excepción de los animales domés-

ticos que, por confiar en nuestras palabras y actitudes, 

aceptan el cuchillo en el matadero, casi siempre con 

lágrimas de aflicción, incapaces de discernir, con su ra-

ciocinio embrionario, dónde comienza nuestra perversi-

dad y dónde termina nuestra comprensión.

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