Ramatís

El primer esfuerzo para os librar de la nutrición carnívora, 

debe consistir en comprender la realidad intrínseca de lo que es 
la carne disfrazada bajo la forma de sabrosos manjares.

PREGUNTA: – Dadnos un ejemplo objetivo de cómo po-

dremos gobernar la mente y controlar el instinto, con el fin de 
extinguir el deseo de saborear la carne de los animales.

RaMaTÍS: – Primeramente, es necesario que no os dejéis 

fascinar por el aspecto festivo de las mesas repletas de platos 
de carne a los que el arte mórbido adereza en forma tal, que no 
pasa de constituir una sugestión pérfida para acicatear los de-
seos inferiores. ante el jamón “apetitoso”, conviene que meditéis 
sobre la realidad fúnebre que se halla a vuestro frente: hay que 
recordar la figura del puerco sumergido en el charco, en forma 
de maloliente y detestable muladar de albúmina, sudoroso, vo-
luminoso e inmundo, que después es cocinado en agua hirvien-
te, para darlos el jamón “rosado y oloroso”. ante el churrasco 
“delicioso”, no os dejéis seducir por el olor de carne crepitante 
bajo el apetitoso condimento, considerad, más bien, su verdade-
ra condición de músculo sangriento, que durante la vida del ani-
mal eliminó el sudor acidulado por los poros, vertió toxinas y 
urea, imaginadlo como la red microscópica que canaliza bacilos 
de todos los matices y de todas las consecuencias patogénicas.

en realidad, vuestro estómago no fue creado para conver-

tirse en una macabra función de cementerio vivo, dentro del 
cual se liberta la fauna de gérmenes feroces y famélicos y se 
desmenuzan las fibras animales. Si no os dejarais dominar por 
el impulso inferior, que pervierte la imaginación y os engaña 
con la falsedad de la nutrición apetitosa, tenemos la seguridad 
que, muy en breve, os sentirías liberados de la necesidad de la 
ingestión de los despojos animales, del mismo modo que hay 
personas que se liberan del vicio de fumar, sin volver a sentir su-
frimiento ni angustia alguna ante los fumadores inveterados. Y 
si el deseo impuro comandara aun vuestro psiquismo negligente 
y se debilitara vuestra voluntad superior, es necesario que, por 
lo menos, recordéis la conmoción dolorosa del animal cuando es 
sacrificado por el cuchillo del matarife o cuando sufre el impac-
to de la faca perversa en sus inocentes entrañas.

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