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Ramatís

dicción de vuestro gusto y de vuestro paladar, que se pervierten 
bajo la falsa imaginación. ¡Cuántas veces, delante de cadáveres 
de animales víctimas de un incendio o de una explosión, acos-
tumbráis a sentir náuseas y repugnancia, por el hecho de que las 
vísceras carbonizadas exhalan olor fétido de carne quemada!

Mientras tanto, momentos después, atraídos por el aspecto 

del churrasco pintoresco, os excitáis dominados por el mórbido 
apetito, olvidando que el churrasco es también carne de animal 
quemada a fuego lento, diferenciándose apenas por la naturale-
za de los mojos que se le agregan. La contradicción es flagran-
te: allí, la repugnancia os domina ante el cadáver asado por la 
explosión; allá, el acondicionamiento biológico o la negligencia 
del raciocinio, produce jugos y hormonas que activan el ape-
tito degenerado. Todo eso ocurre, no obstante, porque todavía 
alimentáis la ilusión de un placer nutritivo que es sugerido por 
igual resto mortal, pero diferenciado por el mojo excitante.

la humareda repulsiva que sale del cadáver de un buey 

carbonizado en un incendio, es la misma que ondula sobre las 
parrillas engrasadas de la churrasquearía, en las que las vísce-
ras del animal vierten albúmina rociada con el vinagre y el jugo 
de la cebolla. El pedazo de carne recortado de los despojos ca-
davéricos asados al fuego de la caballeriza, puede ser tan “suave 
y agradable, como el “filet mignon” que el camarero vestido con 
camisa engomada, os ofrece sobre el plato de porcelana, ¡la 
lengua arrancada del bovino achicharrado por la pólvora de la 
explosión inesperada, puede ser tan “apetitosa” como la ofrecida 
en un lujoso restaurante bajo las ondulaciones melodiosas de la 
festiva orquesta!

Mientras os dejéis comandar descriminadamente por esa 

voluntad débil y por la imaginación deformada, o por la incons-
ciencia imaginativa, seréis siempre las víctimas de los vicios 
tontos del mundo y de la alimentación perniciosa de la carne. 
es evidente que no hay acondicionamiento de especie alguna, 
cuando se trata de esa disposición infantil con la que vuestra 
imaginación es ahora lúcida, recordando la realidad de la carne 
quemada y luego se olvida por completo viendo un suculento 
bocado en aquello que antes era una realidad repugnante.

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