Fisiología del Alma
rado como un espíritu sin culpa y sin malicia ante la Suprema
Ley de lo Alto. Su conciencia todavía no es capaz de extraer
ilaciones morales o verificar cuál es el carácter superior o in-
ferior de la alimentación vegetal o carnívora. Pero el hombre,
que sabe implorar piedad y clamar por dios en sus dolores; que
distingue la desgracia de la ventura; que aprecia el confort de la
familia y se conmueve ante la ternura ajena; que derrama lágri-
mas de compunción ante la tragedia del prójimo o las novelas
melodramáticas; que posee sensibilidad psíquica para notar la
belleza del color, de la luz y de la alegría; que se horroriza con la
guerra y censura el crimen, teme la muerte, el dolor y la desgra-
cia; que distingue al criminal del santo, al ignorante del sabio,
al viejo del joven, la salud de la enfermedad, el veneno del bál-
samo, la iglesia del prostíbulo, el bien del mal; ese hombre ha de
comprender también el equívoco de la matanza de los pájaros
y de la multiplicación incesante de los mataderos, frigoríficos y
carnicerías sangrientas. ¡Y será delincuente ante la ley de dios
si después de poseer esta conciencia despierta, persiste aún en
el error que es condenado en el subjetivismo del alma y que
desmiente un ideal Superior.
Si el salvaje devora el trozo de carne sangrienta del enemi-
go, lo hace atendiendo a que Tupan, o sea su dios, quiere sus
guerreros llenos de energías y de heroísmo; pero el civilizado
que mata, descuartiza, cuece y usa su inteligencia para mejorar
el mojo y emplear la pimienta y la cebolla sobre las vísceras del
hermano menor, vive en contradicción con la prescripción de la
ley Suprema. en modo alguno puede alegar la ignorancia de
esa Ley, cuando le tuerce el pescuezo a la gallina o cuando el
buey es traumatizado por el golpe en la nuca; cuando el puerco
y el carnero caen con la garganta dilacerada; cuando la maldad
humana hierve los crustáceos vivos, emborracha el pavo para
“ablandar su carne1” o satura al puerco de sal para mejorar el
chorizo hecho con la sangre coagulada.
¡Cuántas veces, mientras el cabrito doméstico lame las ma-
nos de su dueño, al que se aficionara inocentemente, recibe, el
infeliz animal, la cuchillada traicionera en sus entrañas, sola-
mente porque es la víspera del nacimiento de Jesús! ¡la vaca se
lamenta y lame el lugar en que mataron su becerro; el cordero
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