Ramatís

nebres. exhausto, obeso, letárgico y sudoroso, el puerco cae al 
suelo con las grasas hartas y queda sumergido en el lodo nau-
seabundo; es una masa viva de urea gelatinosa, que solamente 
puede ser levantada con ayuda, para la hora del sacrificio en el 
matadero. ¡de qué vale, pues, el convencional beneplácito de 
“sano” con el cual cree cumplir el veterinario en su autorización 
para el corte del animal, cuando la ciencia humana permitió 
previamente él máximum de condiciones patogénicas!

en modo alguno os podrá librar esa tétrica “profilaxis” an-

tibiótica, de la secuencia acostumbrada a la que sois sometidos 
implacablemente; continuaréis siendo devorados, del mismo 
modo, por la cirrosis, la colitis, la úlcera, la tenia, el infarto, la 
nefritis o el artritis; os cubriréis, también, de eczemas, urticaria, 
pénfigo, llagas o costras sebáceas; continuaréis, indudablemen-
te, bajo el guante de la ictericia, de la gota, de la jaqueca y de las 
infecciones desconocidas; cada día, enriqueceréis más los cua-
dros de la patógena médica, que serán clasificados como “casos 
brillantes”, en la esfera principal de los síndromes alérgicos.

PREGUNTA: – Pues que los animales y las aves son in-

conscientes y de fácil proliferación, sacrificarlos para nuestra 
alimentación ¿debe ser considerado un crimen severo, en vis-
ta de tratarse de una costumbre que nació con el hombre? 
Creemos que Dios estableció la vida tal como ella es y que, por 
tanto, el hombre no debe ser culpado por seguir apenas sus 
directrices tradicionales. Debía cumplir a Dios, en su Augusta 
Inteligencia, conducir sus hijos hacia otra forma de nutrición 
independiente de la carne; ¿no es verdad?

RAMATÍS: – La culpa comienza, exactamente, en donde 

comienza la conciencia; cuando ya puede distinguir lo justo de 
lo injusto, lo cierto de lo errado. dios no condena sus hijos ni

 

los penitencia por seguir las directrices tradicionales que les pa-
recen más ciertas; no existe, en realidad, ninguna institución 
divina destinada a penitenciar al hombre, sino que es su propia 
conciencia la que lo acusa cuando despierta y se apercibe de 
sus errores ante la Ley de la Armonía y Belleza Cósmica. Ya os 
hemos dicho que cuando el salvaje devora a su hermano para 
matar el hambre y heredar sus cualidades guerreras, es conside-

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