Ramatís

con lujo de detalles por los enfermos, dejan al clínico vacilante 
muchas veces, en cuanto al diagnóstico de la colitis, de la úlcera 
gastro-duodenal o de la presencia de la ameba histolítica. Si en el 
ser humano resulta tan difícil visualizar con absoluta precisión 
el origen de sus enfermedades, requiriendo múltiples exámenes 
de laboratorio para llegar al diagnóstico final, mucho más difícil 
será conocer el morbo que en el animal no es posible focar en la 
sintomatología común. ¡Cuántas veces el cerdo es sacrificado en 
el momento exacto en que se inició una acción patogénica cuya 
virulencia no se evidencia ante el más competente veterinario, 
salvo que se recurra a una cuidadosa autopsia o a un meticulo-
so examen de laboratorio! Para evitar ese consecuente peligro, 
sería necesario que cada animal estuviera sometido al cuidado 
de un veterinario antes de ser llevado al sacrificio.

las miasmas, los bacilos, los gérmenes y las colectividades 

microbianas famélicas que procrean en el caldo de cultura de 
los chiqueros, penetran en vuestra delicada organización huma-
na a través de las vísceras del puerco, debilitando vuestras ener-
gías vitales. Se hace muy difícil al médico situar esa incursión 
patogénica, incluso su incubación y período de desenvolvimien-
to. Por tal motivo, más tarde se considera la enfermedad como 
originada en otras fuentes patológicas.

PREGUNTA: – ¿Creéis, por ventura, que la alimentación 

carnívora pueda acarrear perjuicios físicos, hallándose el ser 
humano condicionado desde hace muchos milenios a esa for-
ma nutritiva? ¿Cuál es la culpa del hombre al ser carnívoro, 
si desde su infancia espiritual fue condicionado para poder 
sobrevivir en el mundo físico?

RaMaTÍS: – os repetimos: no todas las cosas que sirvieron 

para sustentar al hombre en los primeros tiempos de su vida 
en el plano físico, pueden ser convenientes para el futuro, al 
surgir nuevas condiciones morales o psicológicas, que llevan a 
la criatura humana a cultivar concepciones más avanzadas. An-
tiguamente, a los ladrones se les amputaban las manos; y a los 
perjuros se les arrancaba la lengua. Si os apegáis tanto al tradi-
cionalismo del pasado, ¿por qué a los maldicientes modernos no 
les aplicáis esas disposiciones punitivas, brutales e sin piedad? 

28