Ramatís

la vida, apañados por la ley de rectificación espiritual, reencar-
nando deformados por las propias líneas de fuerzas genéticas 
espirituales que perturbaran en el pasado.

el engendramiento kármico está clarísimo en la advertencia 

de Jesús, cuando dice que aquello que fuese ligado en la Tierra, 
será también ligado en el espacio. es por eso que los espíritus, 
cuanto más se odian y luchan en la trama apasionada de la vida 
física, más los aproxima la ley kármica, y más los reúne, hacién-
dolos sufrir, entre sí, sus propias tropelías, hasta que logren des-
ligar lo que fuera ligado en la Tierra. la ley, en su fundamento 
esencial, es amor y no odio, y las cadenas odiosas no pueden ser 
rotas violentamente, sino desatadas cordialmente por sus propios 
autores, y bajo la mutua condescendencia espiritual fraterna.

nadie podrá vivir aislado en el seno de la vida, y mucho 

menos se aislará dentro del odio, contra cualquier otro ser al 
que considere su adversario, pues la ley se encargará siempre de 
aproximar a los que se odian, hasta que, a través de recursos kár-
micos eficientes, consiga hacer que se reúnan y que se amen. Por 
más endemoniado que sea el odio entre aquellos que se detestan, 
la cura definitiva está implícita en la recomendación indiscutible 
de Jesús: “Reconcilíate con tu adversario mientras te halles con 
él en el camino, para que no suceda que él te entregue al alguacil, 
que el alguacil te entregue al juez, y que seas enviado a cadena, 
de donde no saldrás hasta que pagues el último céntimo”.

no hay otra solución para el problema del odio, pues es de 

ley sideral que todo se una y que todo se ame; que los astros se 
armonicen por la cohesión cósmica, que las sustancias se unan 
por la combinación simpática, y que los seres se unan por la 
reciprocidad del afecto espiritual.

PREGUNTA: – ¿Cuál es la causa kármica que hace que 

una criatura nazca con dos cabezas en un mismo cuerpo?

RaMaTÍS: – Tal acontecimiento puede ser consecuencia de 

una poderosa plasmación mental del espíritu encarnante que, 
habiendo trucidado a alguien en la vida anterior, se deja influen-
ciar en demasía por el remordimiento o por el temor durante su 
permanencia en el mundo astral, alimentando vigorosamente 
la imagen de su víctima junto a la estructura de su periespíritu. 

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