Fisiología del Alma 

minados para banquetes y libaciones de naturaleza requintada; 
mientras que los civilizados reviven esos mismos apetitos sal-
vajes, pero, paradójicamente, de modo más exigente, sirviendo 
de pretexto para disfrutar noches de placer bajo las luces fulgu-
rantes de lujosos y modernos hoteles y restaurantes. Personas 
ruidosas, alegres, que pregonan estar en posesión de genial in-
telecto, devoran en mesas festivas los cadáveres de los animales 
regados con condimentos excitantes, mientras la orquesta fa-
mosa ejecuta melodías que se unen a los olores de la carne car-
bonizada o del cocido humeante! ¡Pero sabed que las poéticas y 
sugestivas denominaciones de los platos, expuestas en los aris-
tocráticos menus no libran al hombre de las consecuencias y de 
la responsabilidad de devorar las vísceras del hermano inferior! 

a pesar da los floreos culinarios y de la “minuta” de manja-

res “sui generis” que tratan de atenuar el aspecto repugnante de 
las vituallas sangrientas, los hombres carnívoros no consiguen 
ocultar la realidad del desmedido apetito humano. aquí, los 
“menudos a la milanesa” sugestivos, no dejan de ser otra cosa 
que trozos de vesículas e hígado, disimulando el sabor amargo 
de la bilis animal; allí, los “apetitosos riñones ensartados”, no 
consiguen sublimar su naturaleza de órganos secretores de la 
albúmina y de la urea, que aun rezuman bajo el cuchillo mortal. 
Aunque se quiera elogiar el esfuerzo del maestro culinario, las 
“patas a la europea”, no son otra cosa que las pezuñas del ani-
mal sacrificado; la “fabada” es, en realidad, un conjunto de ha-
bas cocidas con la inmundicia del chorizo ahumado, compuesto 
de partículas de distintas partes del puerco, incluso sus tripas, 
al que se añade la grasa del unto.

es evidente que se debe disculpar al salvaje ignorante que 

se somete a la nutrición carnívora y pervierte su paladar, porque 
su alma atrasada ignora la suma de razonamientos admirables 
que ha logrado el civilizado en las esferas científica, artística, 
religiosa y moral. Mientras los banquetes pantagruélicos de los 
Cesares romanos marcan la decadencia de una civilización, la 
figura de Ghandi, sostenido con leche de cabra, es un estímulo 
para la composición de un mundo mejor.

PREGUNTA: – ¿Debemos, pues, violentar nuestro organis-

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