Fisiología del Alma 

huesos e ingerir vísceras en forma de sabrosos manjares. Tene-
mos la seguridad que el Comando Sideral está empleando todos 
sus esfuerzos con el fin que el hombre terrestre se aparte, poco 
a poco, de la repugnante preferencia zoofágica.

PREGUNTA: – ¿Debemos considerarnos en deuda con 

Dios, debido a nuestra alimentación carnivora, si solo aten-
demos a los sagrados imperativos naturales de la vida?

RaMaTÍS: – los antropófagos también atienden 

a

 los “sa-

grados imperativos naturales de la vida”, pero no admitís sus 
cruentos festines de carne humana, como tampoco os regocijáis 
con sus inmundicias a guisa de alimentación o sus brebajes re-
pugnantes, productos de la masticación del maíz crudo. Del mis-
mo modo que esa nutrición caníbal os causa espanto y horror, 
vuestra mórbida alimentación de vísceras y vituallas sangrientas 
al mojo picante, causa terrible impresión de asco a las humanida-
des de otros mundos superiores. esas colectividades se horrori-
zan ante las descripciones de vuestros mataderos, fábricas de em-
butidos, carnicerías y frigoríficos manchados con sangre de los 
animales y el cuadro patético de sus cadáveres descuartizados.

Sin embargo, la antropofagia de los salvajes resulta bastan-

te inocente en relación con su poco entendimiento espiritual; 
ellos devoran su prisionero de guerra en la cándida ilusión de 
heredar sus cualidades guerreras intrépidas y su vigor sangui-
nario. Los civilizados, en tanto, para atender sus mesas opípa-
ras y repletas de órganos de animales, se especializan en los 
caldos epicurísticos y en los requintes culinarios, haciendo de 
la necesidad del sustento un enfermizo arte de placer. El salvaje 
ofrece su maza a su prisionero, para que se defienda antes de ser 
molido a golpes; después, rasga sus entrañas y lo devora, faméli-
co, bajo el imperativo natural de saciar el hambre; la víctima es 
ingerida apresuradamente, sin incurrir en el cálculo de un pla-
cer mórbido. El civilizado, por lo contrario, exige los fragmentos 
cadavéricos del animal en forma de suculentos cocidos o asados 
al fuego lento; alega la necesidad de proteína, pero se traiciona 
por el prurito del vinagre, la cebolla y la pimienta; se disculpa 
con el acondicionamiento biológico de los siglos que lo viciaron 
en la nutrición carnívora, pero sustenta la lúgubre industria de 

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