Ramatís

y en su potencial vigoroso.

Son pocos, todavía, los médicos alópatas interesados en 

familiarizarse con la realidad del mundo psíquico, y que, por 
encima de la terapéutica académica, se disponen a auscultar la 
intimidad espiritual del paciente, conscientes que en su mundo 
oculto e imponderable es donde se encuentra el verdadero ori-
gen de la enfermedad. Muchos de ellos, prendidos por demás a 
la instrumentación material cada vez más complicada y sujeta 
a las deficiencias comunes de la fabricación humana, se esclavi-
zan por completo a un círculo de raciocinios y experimentacio-
nes que, aunque siendo dignos y consagrados por otros técnicos 
y facultativos, no puede comprobarse que sean, realmente, los 
más exactos y absolutamente afines con las leyes del psiquismo 
humano. así como ciertas criaturas de mentalidad primitiva 
desconfían de la investigación filosófica, considerando que tal 
especulación es propia de locos y de tontos, del mismo modo al-
gunos médicos de cultura académica ortodoxa desconfían de la 
Homeopatía, ya que, en realidad, ¡ella es también una filosofía! 
Si la filosofía es una ciencia que procura relacionar el principio 
y la causa del ser, especulando altamente en el reino del espí-
ritu para después reflexionar con acierto sobre los fenómenos 
del mundo humano, obviamente la homeopatía es también una 
ciencia filosófica, ya que su propia terapia se relaciona profun-
damente con las leyes que gobiernan y relacionan el principio y 
la causa del Universo.

Reconocemos la cultura, el talento y la abnegación de la 

mayoría de los médicos alópatas, muchos de los cuales se han 
sacrificado en el tratamiento y curación de las enfermedades 
humanas, pero no podemos dejar de considerarlos bastante li-
geros cuando emiten pareceres burlones sobre la ciencia ho-
meopática, cuyos principios fundamentales se derivan de las 
leyes espirituales que gobiernan las manifestaciones del espí-
ritu inmortal sobre la materia. Cualquier alópata que pretenda 
juzgar con desaire la homeopatía, deberá hacerlo después de 
dedicarse con honestidad y con sano criterio al estudio de sus 
leyes y experimentaciones terapéuticas, como lo haya hecho con 
la alopatía. Mientras tanto — así lo creemos — aquel que lo 
hiciera, debe convencerse asimismo de la sabiduría y exactitud 

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