Ramatís

sos y hermanos, al hacer sus comidas, se mantienen ceñudos a 
la mesa, irritados e impacientes, dando lugar a discusiones por 
cualquier motivo frívolo, pues son raros los que confían en la 
oración colectiva antes de dar comienzo a la comida, con el fin 
de calmar los nervios de los que llegan de la calle con el ánimo 
sobreexcitado. en general, las familias terrenales están separa-
das en su intimidad espiritual; comúnmente, los cónyuges man-
tienen entre sí una familiaridad artificial, intercambiando sonri-
sas hipócritas o convencionales, para satisfacción de la sociedad.

en realidad, la mayoría de los hogares terrestres no pasa 

de ser melancólica hospedería para la alimentación y reunión 
de los cuerpos cansados, mientras las almas viven casi siempre 
distantes unas de las otras. Es la catadura feroz y consuetudi-
naria del jefe de la familia que viene a desahogar la acritud de 
su carácter y desarreglos; son las escenas de celos animalizados 
que avivan incendios de cólera y de brutalidad, que llegan a 
degenerar en dramas o tragedias irreparables; es el hijo privi-
legiado que transforma su lujoso automóvil en trazo de unión 
entre el hogar y el prostíbulo; es la joven caprichosa, ruda en el 
trato casero pero afable y sofisticada en el ambiente social; es la 
esposa que sólo piensa en la “toilette”, preparándose para exhi-
birse en los tes danzantes, cargada de pendientes; es el hijo más 
joven exigente y autoritario, transformado por negligencia o in-
comprensión de los padres, en dictador dentro del hogar; son 
las escenas deprimentes que transforman la mesa doméstica de 
las comidas en un palco de desavenencias, haciendo surgir un 
ambiente de guerra en una reunión que, por todos los motivos, 
debería ser de bendiciones y paz!

debido a estas escenas y hechos dolorosos, se multiplica el 

número de los que pasan a cultivar amistades reprobables al no 
comprender la grandeza moral y espiritual del sentido exacto de 
la familia. la mayoría de los componentes de la familia terrenal, 
desinteresada del problema del individuo como espíritu eterno, 
convierte los hogares en arena de luchas y discordias, perdiendo 
la feliz oportunidad — que sería bendita — de utilizarlos para la

 

armonización y la unión bajo la égida de la fraternidad espiritual.

¡Cuántas veces uno u otro miembro de la familia se levanta 

colérico de la mesa, con los labios húmedos todavía por el ali-

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