El Evangelio A la Luz del Cosmos 

materiales de los mundos físicos y transitorios, como parte de 

su futura felicidad. La verdad es que él jamás se perderá en 

los intrincados laberintos educativos de las vidas materiales, 

porque su destino glorioso es la angelitud, y la luz que lo guía 

se alimenta del combustible de su centella interna. Sin lugar a 

dudas, necesita creer y confiar en la pedagogía trazada por el 

Creador, cuyo resumen el ser posee en su intimidad espiritual, 

en la síntesis microcósmica del “reino divino”.

Y, para que la criatura tenga la seguridad de alcanzar a la 

brevedad su eterna ventura, entonces la Divinidad estatuyó la 

Ley del Karma, que disciplina, corrige y rectifica los actos in-

sensatos y enfermizos, que el espíritu efectúa en las vidas sucesi-

vas en los mundos físicos. Por eso, ninguna criatura debe afectar 

el derecho ajeno o perturbar el destino de sus compañeros, en el 

curso del perfeccionamiento espiritual. Además, ninguno puede, 

aunque quisiera, cargar con la cruz de su hermano y sufrir los 

contratiempos que deben ser vividos por los responsables. El 

espíritu del hombre es el autor de su destino y personalmente 

responsable por los efectos buenos o malos que resulten de sus 

actos. Le cabe la tarea de despertar y desarrollar, en sí mismo, 

los valores íntimos que le aseguren la vida futura entre las hu-

manidades siderales y felices. Puede sembrar dolores, júbilos, 

placeres o tragedias, pero, bajo la Ley del Karma, que es in-

flexible y correctiva, justa e impersonal, el hombre es autor y, 

al mismo tiempo, receptor de los hechos buenos o malos que 

haya realizado contra el prójimo. En base a la insistente adver-

tencia hecha por todos los maestros o instructores espirituales, 

donde anunciaban que “la siembra es libre, pero la cosecha obli-

gatoria”, y que “a cada uno le será dado según sean sus obras”, 

ninguno podrá alegar ignorancia sobre las sanciones de la ley 

kármica, ni atribuirle injusticias a Dios.

Pregunta: 

Si el hombre no goza del libre albedrío de proce-

der a gusto, es obvio, que tampoco podrá avalar la naturaleza 

incomún e ilimitada de Dios, lo cual requiere máxima libertad 

para accionar. ¿De ahí procede la incredulidad y rebeldía huma-

nas, no es verdad?

Ramatís: 

El espíritu del hombre tiene “libre albedrío” de 

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