El Evangelio A la Luz del Cosmos
y después provocar la muerte del prójimo por motivos de raza,
costumbres o religión; creer en la bondad de Dios y después
practicar torturas, masacres y destrucción de aldea, pueblos y
ciudades, es crimen de lesa majestad Divina. El creyente que
acciona en forma tan censurable y repelente está negando su
asimilación a cualquier postulado religioso de aspecto divino, y
pecaminosamente demuestra su atraso espiritual.
Pregunta:
Si el hombre fue hecho a imagen de Dios y posee
en sí mismo la miniatura del reino de Dios, ¿acaso, no debemos
entender, que su maldad también la heredó de su fuente divina,
original y creadora?
Ramatís:
El mal es una condición transitoria, de cuyo rea-
juste resulta un beneficio para el futuro. Aun bajo la perversi-
dad humana, en que un ser vivo mata a otro, el criminal sólo
está destruyendo el “cuerpo” carnal y provisorio de la víctima,
sin llegar a dañar a su espíritu inmortal. Así, el principio de
Causa y Efecto proporciona una nueva existencia física a la
víctima, otorgándole más provecho y compensación porque
fue perturbada en su ciclo de evolución espiritual. El homicida,
bajo la misma ley rectificadora, es atraído hacia el camino del
sufrimiento, a fin de rectificar ese desvío mórbido que late en
su alma y es colocado oportunamente en la ruta del perfeccio-
namiento espiritual, a fin de proseguir y despertar los valores
eternos de la inmortalidad y alcanzar su propia ventura.
El mal o el sufrimiento son etapas del mismo proceso evo-
lutivo, cuya acción es transitoria y su tendencia es ir tras un
resultado superior. Podría considerarse como un mal la agresi-
vidad de los insectos, gusanos y aves que atacan a las plantas
en su lucha por crecer; sin embargo, todos ellos, no dejan de ser
elementos que interfieren y obligan al vegetal a concentrar una
mayor cantidad de energías para su defensa, culminando en el
‘loable proceso de su desarrollo. El mal es tan sólo un accidente
en el camino de la evolución, la fase negativa que perturba, pero
se corrige, perjudica y después compensa, y que desaparece ni
bien el espíritu alcanza la fortificación y contextura definitiva
de su conciencia.
Bajo la Ley de que “cada uno recoge lo que siembra”, todo
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