Ramatís

e incapaces de quebrar las defensas “psicofísicas”, siempre que 

el espíritu encarnado no provoque el clima electivo para su pro-

liferación mórbida y peligrosa.

En verdad, los microbios no son los causantes específicos 

de las enfermedades, sino que ellos aparecen después que se 

establece el terreno apropiado y favorable para su prolifera-

ción descontrolada. Hace muchos siglos, los viejos maestros de 

Oriente sabían que, de acuerdo con la naturaleza, el residual 

tóxico drenado del periespíritu hacia el cuerpo físico provocaba 

también la proliferación de cierta colectividad microbiana y que 

era la causa o enfermedad característica por su acción lesiva en 

el organismo.

Aunque la ciencia médica clasifique después en su termino-

logía patogénica la enfermedad conocida, la realidad es que el 

germen o virus sólo se multiplica si encuentra el terreno favora-

ble para su aumento incontrolado. Se sabe que la proliferación 

de las moscas, cucarachas, piojos o pulgas aumenta cuando las 

condiciones del medio son favorables, muchas veces produci-

das por la negligencia y la falta de higiene de la persona. La 

prodigiosa lluvia, en determinada región, atrae a multitudes de 

seres castigados por las grandes sequías en su zona habitual. El 

oro descubierto en América del Norte fue el clima que fascinó 

y atrajo al emigrante codicioso, que terminó causando grandes 

perjuicios en las tierras de los pieles rojos, masacrados y roba-

dos en todos sus bienes.

En consecuencia, el microbio también puede emigrar hacia 

cualquier región del cuerpo humano, donde el fluido expurgado 

del periespíritu crea el clima electivo y nutritivo para cierta pro-

genie microbiana que se reproduce libremente protegida por la 

ley de la sobrevivencia. En suma, el espíritu del hombre practica 

prolongado tiempo el pecado más afín a su naturaleza psíquica 

y sufre la adherencia del fluido tóxico en su periespíritu, ver-

tiéndolo en su vehículo mediador, el “doble etérico”, el que a 

modo de revelador, lo densifica y expurga hacia el organismo 

físico en una transformación enfermiza.

No es necesario que la Divinidad promueva cursos especí-

ficos de sufrimientos, molestias congénitas o accidentes impre-

vistos para que el hombre se rectifique o libere de la materia 

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