Ramatís

perfeccionamiento bajo la rudeza de un mundo agresivo e infe-

rior? Los adultos terrícolas, semejantes a los niños analfabetos 

y malcriados, cuya irresponsabilidad los vuelve muy dañinos, 

puesto que, en lu locura desenfrenada, arrasan ciudades enteras 

con bombas atómicas, destruyen bibliotecas, iglesias, templos, 

escuelas, teatros, hospitales, institutos de cultura, centros de sa-

lud y lugares programados para la recuperación física. Arrojan 

bombas incendiarias y queman campos, sembrados y destruyen 

las reservas de alimento para la humanidad. Son tipos de almas 

primarias, tan insensatas, que se emborrachan hasta la muerte, 

padeciendo en los hospitales psiquiátricos hasta la hora de des-

encarnar; locos e imbéciles arrojan sus automóviles contra los 

postes, paredes, casas, animales y personas, o se despeñan coli-

nas abajo en abismos insondables, donde mueren consumidos 

por el fuego ocasionado por el choque.

A pesar de ser criaturas adultas y con pretendido renom-

bre de civilizados, aspiran el humo fétido y carbonizado de los 

cigarrillos o chupan la maloliente pipa, compitiendo con los in-

fantiles salvajes. A pesar de la prodigalidad de las verduras y 

cereales que Dios derramó sobre la tierra, los terrícolas devoran 

riñones, nervios, hígados, estómagos, tripas y chorizos manufac-

turados con la sangre noble de los animales, masacrados en los 

frigoríficos y mataderos, construidos bajo el avanzado cientifi-

cismo de la técnica moderna. Son tan crueles que prostituyen 

a las “colegas”, sus hermanas ante Dios, dejándolas pudrirse en 

las camas de los hospitales para indigentes, o bien, abusan de 

la sacrificada esposa, explotándola junto a la pileta de lavar la 

ropa, a fin de poder sustentar a sus hijos, frutos de sus amores 

ilícitos.

Los más imprudentes se vician con el uso de las bebidas 

alcohólicas y degradan la sensibilidad del cuerpo bajo la acción 

alucinógena de las drogas, y los más imbéciles se matan en me-

dio de batallas sangrientas por defender trozos de paño de color 

que simbolizan las patrias, situadas entre límites de tierras que 

sólo pertenecen al Creador. Los más fanatizados se eliminan 

violentamente bajo el rótulo de católicos, protestantes, hindúes, 

budistas, musulmanes o judíos, y hacen correr profusamente la 

sangre por el suelo del planeta en defensa de “su” Dios. Los más 

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