Ramatís

y es muy probable, ¡que ha de retornar el coro y la banda de 

música en la plaza pública!

Después del uso de las ropas excesivamente livianas y mo-

dernas, se vuelve a estimar el uso de la ropa de cuero con aplica-

ciones metálicas. Aparecen los zapatos con hebilla y tacos altos, 

así como también la mujer se sirve de las botas altas o inedias, 

tal como sucedía en la Edad Media, cuyos habitantes las usaban 

para protegerse en las calles de piedras irregulares o enloda-

das. Los hombres retornaron a usar el cabello largo y poblada 

barba, cuyo aspecto configura algo del ciudadano prehistórico. 

De ahí el gusto primitivo por los llamativos dijes y collares de 

hierro, metal, loza o conchillas de mar, cinturones de cuero y 

metal, anillos de piedras vulgares pero relucientes, en franca 

competencia con los indígenas. Sin lugar a dudas, el hombre no 

demorará en estar a la “moda” usando la peluca, mientras que 

las mujeres se entusiasman por los peinados a la “Pompadour” 

y el “maquillaje” que hizo suceso en el viejo Egipto, en Francia, 

Roma y Grecia en los tiempos donde primaba la barbarie. Y 

como en el “Fin de los Tiempos” es época de los extremos más 

contrastantes, las mujeres se visten de la cabeza a los pies, ha-

ciendo caso a la moda decretada por los afeminados costureros, 

e inmediatamente concurren las playas para demostrar la des-

nudez salvaje, ¡apenas protegidas por una minúscula bikini!

En verdad la marcha retroactiva hacia las cavernas se refle-

ja también en los conflictos populares y en los procedimientos 

policiales del mundo; bajo el ataque de los estudiantes rebeldes 

v armados de palos y piedras, las policías europea v asiática se 

defienden protegidas con armaduras y escudos a “la romana”. 

Algunos de los bárbaros castigos del pasado vuelven a ser reto-

mados por los jueces modernos, como sucede en Nigeria. Ugan-

da y otras unidades africanas y asiáticas, los cuales se habían 

superado: como son, cortar las manos de los ladrones, quitar 

los oíos a quienes prestan falsos testimonios, castrar a los de-

lincuentes sexuales o castigar injustamente a los parientes del 

criminal. Tal vez, por fuerza de ese atavismo mental de la era 

paleolítica, es que los médicos, abogados, magistrados, profeso-

res, psicólogos y hasta sacerdotes insisten para que se implante 

la pena de muerte que fuera eliminada clamorosamente por ser 

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