El Evangelio A la Luz del Cosmos 

grandes luchadores de la espiritualidad. El príncipe Sakyamuni, 

que disponía de poder sobre la vida y muerte de sus vasallos, 

cuyo cuerpo era adornado con las joyas más finas y perfumado 

con esencias exóticas, recorría sus tierras en carruajes dorados 

y sus deseos eran órdenes implacables cuando presintió la reali-

dad sobre el espíritu eterno, se despojó de todos sus bienes y ri-

quezas del mundo para alcanzar su liberación. Cambió los ricos 

trajes de seda por el sencillo vestido de los mendigos y tratando 

de ser el último de los hombres, se transformó en el inigualable 

Buda, el líder espiritual de Asia.

Antes pesaba sobre su cabeza la corona del príncipe rei-

nante, con las complejas responsabilidades sobre la salud, edu-

cación y alimentación de su pueblo, lo cual también es loable 

para Dios, pero esclavizante para el espíritu. Después, cuando 

despertó, se liberó de los valores y atracciones del mundo, resol-

viendo ser un humilde habitante más de la comunidad sidérea 

y feliz del reino del espíritu inmortal. Sin lugar a dudas que, de 

ahí en más, comenzó a tener desventajas en las especulaciones 

propias del mundo terreno, desligándose de los intereses y co-

dicias de la vida humana, a fin de plasmar su mensaje personal 

sobre el derrotero a seguir, para que el hombre se integrara al 

reino eterno y real del Señor. Mientras tanto, bajo tal condición, 

se liberó de Maya, la ilusión de la vida física.

Pregunta: 

Sin embargo, estamos interesados en saber si la 

Ley de Moisés, en donde era lícito el desquite bajo la enun-

ciación del “diente por diente y ojo por ojo”, por ventura, ¿ese 

enunciado no era un principio o regla kármica?

Ramatís: 

La ley mosaica y vengativa del “ojo por ojo y dien-

te por diente”, era una regla para moderar y contener a un pue-

blo cuyo entendimiento y temperamento espiritual todavía eran 

rudimentarios y no concebía otro pago que no fuera el de igual 

a igual ante el delito cometido. Los paganos acostumbraban a 

resaltar sus deseos de crueldad, arrojando a sus hijos de corta 

edad a las hornallas de Moloch, bajo la ilusión de que a Dios 

le agradaba la sangre humana ofrendada, así como hoy los fie-

les solicitan favores divinos a través del incienso, flores y velas 

en la liturgia moderna, rogando al Señor que extermine a sus 

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