Ramatís

satisfacen sus exigencias epicúreas del organismo, se envanece 

por la facilidad y rapidez con que se mueve entre los polos antí-

podas y latitudes geográficas más alejadas de su mundo. Seguro 

de que dispone de un poder incomún, entonces olvida a Dios e 

ironiza la ternura comunicativa del Cristo Jesús que lo invita 

amorosamente a la vida espiritual. Disfruta de los países boni-

tos y panorámicos que observa desde la altura de un avión jet; 

desayuna en Nueva York, almuerza en Lisboa y cena en París, 

pero, infelizmente, continúa estático en relación a la evolución 

de su espíritu inmortal.

Gracias a los recursos mágicos de la televisión retransmitida 

por los satélites en órbita, el hombre percibe instantáneamente 

los progresos del arte moderno, de los más recientes descubri-

mientos científicos, de los propulsores conceptos de la filosofía 

y potencializa su cerebro por las constantes revelaciones de la 

cibernética; mientras tanto, aún no sabe explicar porqué existe. 

Paradójicamente, arregla inmejorablemente el medio externo 

donde vive, multiplicando conocimientos e inventos de la vida 

transitoria y no logra liberarse de la condición de títere, preso 

en los cordeles del instinto.

A pesar de encontrarse en la era de las computadoras y de 

la conquista de la luna, además de la manifestación de ideas 

y conceptos incomunes que consagran a los genios, filósofos y 

científicos de elevado renombre, el hombre civilizado y orgullo-

so del siglo xx todavía no pudo librarse del rígido esqueleto del 

troglodita. Se mueve en el escenario del mundo actual, como 

ciudadano bien acondicionado, pero de su intimidad surge a 

cada instante el ser prehistórico. A pesar del esfuerzo deses-

perado que realiza para adaptarse a las reglas, convenciones 

sociales y costumbres que rigen a la vida civilizada, dos tercios 

de la humanidad terrícola todavía actúa en forma cruel, brutal, 

indisciplinada, deshonesta e imbécil, cuyas características son 

similares a

sus antepasados de las cavernas.

Aunque el hombre terrícola manifieste tener sentido supe-

rior de la justicia, promueva y alcance progresos en la filoso-

fía y psicología en favor de la mente humana, detente poderes 

técnicos y científicos que parecerían sobrepasar las facultades 

mágicas de las hadas y de los genios de antaño, sin embargo, 

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