PREÁMBULO

Mis Hermanos. Paz y Amor.

El ciudadano terrícola está alcanzando el fin del segundo 

milenio, y es arrojado sobre las crestas de las ondas embrave-

cidas de una civilización electronizada, asistida por computa-

doras y “robots”, y deslumbrada por el transplante de órganos 

como admirada por la conquista de la luna. Infelizmente, no 

duda que se encuentra al borde de la implacable destrucción 

provocada por los excesos de ambición, ateísmo, orgullo e in-

moralidad- El hombre moderno sólo se preocupa por la salud 

de su cuerpo y trata de sacarle al máximo el goce y los placeres 

ilusorios, aunque todavía no sabe quién es, de dónde viene y 

hacia dónde va. Sólo le preocupa vestir bien

?

 comer mejor y 

divertirse. Epicúreamente, activa los deseos y vive muchas de 

sus indisciplinadas emociones, pero sin conseguir liberarse de 

la atracción de las sensaciones. A través de una vida desna-

turalizada y sin control sensorial, confundiendo la explotación 

indiscriminada de su cuerpo carnal con la verdadera vida hu-

mana, el ciudadano terrícola vive sumiso al primarismo de una 

existencia física sin poder encontrarse con la realidad del es-

píritu inmortal. Abusando de la mediocridad y transitoriedad 

de los placeres carnales, camina entontecido hacia la tumba, 

asemejándose al turista que porta su máquina fotográfica y bi-

nóculos colgados de su cuello, que toma paisajes y edificaciones 

de las grandes ciudades para él desconocidas, pero no le produ-

ce ninguna transformación intima-Gracias a la casi milagrosa 

evolución de la ciencia y la técnica, el hombre terreno alcanza, 

en la actualidad, el máximo en lo que se refiere al empleo de 

los sentidos y emociones. Eufórico por los adelantos modernos, 

que le proporcionan el exceso de confort y goce material, que le 

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