El Evangelio A la Luz del Cosmos 

zas, resulta ser el organigrama más avanzado que existe sobre 

la superficie de la tierra. Inmutable en el tiempo y en el espacio, 

sirvió hace dos mil años para plasmar a los inimitables e inol-

vidables apóstoles y discípulos del Cristo en Judea, así como 

redimió a millares de personas hasta vuestra época. A pesar 

de que algunos pensadores y psicólogos modernos censuren al 

Evangelio como un texto de contenido primario, ingenuo e im-

practicables en el seno de la humanidad terrícola, sin embargo, 

ningún filósofo o moralista moderno realizó un código de tan 

elevada dinamización espiritual, como el que el Maestro Jesús 

plasmó en la tierra y que sólo él es capaz de aliviar y eliminar 

los complejos problemas que padece la humanidad moderna.

Algunos intelectos epicúreos consideran excesivamen-

te místicos e improductivos los temas evangélicos como son 

“Amaos los unos a los otros” y “No os preocupéis con los tesoros 

que las polillas roen y el herrumbre come”, lo cierto es, que esos 

sencillos principios jamás produjeron tipos como Atila, Gengis 

Kan, Tiberio, Nerón o Hitler. En medio de la humanidad, la fe-

rocidad humana, cada vez más pronunciada por las ganancias 

olas fortunas fáciles, que activa la impiedad y el pillaje inescru-

puloso, los ingenuos conceptos del Evangelio de Jesús son los 

que estimularon las figuras heroicas y sublimes de un Pablo de 

Tarso, Juan, Pedro, Francisco de Asís, Teresa de Jesús, Vicente 

de Paúl, Padre Damián, Francisco Xavier y María de Mándala.

Los principios evangélicos modelaron hombres del más 

alto nivel en el mundo, en los diversos sectores de la vida huma-

na, como científicos, filósofos y también políticos, porque ellos 

procedían en perfecta armonía con las enseñanzas del Cristo Je-

sús. El equilibrio, la paz y la confraternización humana sólo se 

alcanzan después que el hombre se integra incondicionalmente 

con el Evangelio. No hay dudas que han transcurrido algunos 

milenios de la civilización terrícola y fracasaron los códigos mo-

rales, sistemas políticos y doctrinas sociales, en el sentido de 

establecer la paz y la fraternidad entre los hombres. Todavía 

impera en la tierra la perversidad, hipocresía, villanía, avaricia, 

gula, lujuria, codicia, envidia y el odio, que inundan de sangre 

los campos y las ciudades. Los hombres se visten con finos te-

jidos, residen en lujosos palacios y se desgastan vitalmente en 

124