Ramatís
nosotros y parece promover la combinación de todos los fluidos
del ambiente, en comunión con el aura de todos los seres, deján-
donos la impresión de la misteriosa y divina generosidad espiri-
tual. Siempre que observo un grandioso aspecto sidéreo, sumer-
gido en el seno de la prodigiosa vegetación del parque central
de la metrópoli, siento que allí, se funden en tierna amalgama,
los sentimientos de varios pueblos y razas, que contribuyeron
grandemente al perfeccionamiento de la vestimenta carnal del
actual tipo brasileño.
En la configuración general del templo del Gran Corazón,
hay siempre, un relieve, una disposición estilística o un motivo
aparente, que identifica gustos, preferencias y tradiciones emo-
tivas de razas terrenas, que accedieron en ofrecer su sangre para
la formación etnológica de la Nación Brasileña.
Se trata de un edificio amplio y elevado, de porte fino y pu-
lido, envuelto en un aire poético, como la augusta apariencia de
los seculares pinos que lo rodean, atenuado por el aspecto exte-
rior y que a primera vista resalta en su grandiosidad vegetal. Es
un santuario construido en perfecta simetría con el gigantesco
heptágono, que limita el centro principal de la metrópoli; posee
siete puertas espaciosas, que se abren exactamente al frente y
en dirección de las siete avenidas principales que convergen ha-
cia el grandioso paseo público. Su cúpula, construida con una
sustancia iridiscente, forma un gigantesco arco de suave incli-
nación, que termina apoyándose en las extremidades de las al-
tas parees, semejante a los portentosos techos de las modernas
estaciones ferroviarias de la Tierra. Quiero dejaros bien claro,
una vez más, que, a pesar del aspecto grandioso y de la forma
agigantada de ese templo, nos despierta una sensación de bie-
nestar y ternura, porque refleja el elevado psiquismo de nuestra
colectividad en la metrópoli del Gran Corazón.
La entrada principal del templo está ornamentada por un
magnífico portal, al viejo estilo hindú, que a su vez posee di-
versos relieves, cuyo dinamismo y belleza son de la inspiración
griega de algún nuevo “Fidias” desencarnado. Sin embargo, allí
no se verifica la preocupación por un estilo resumido, que po-
dría abastardar la pureza iniciática del conjunto del santuario;
ni existe la falta de imaginación, muy común en la Tierra, cuan-
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