Ramatís
turas conservadoras, que se afirman en el clasicismo del mundo
provisorio de la materia, que reavivan las tradiciones muertas
del “tiempo pasado”, retardándose en el ajuste espiritual, nece-
sario para su evolución. Estos seres terminan engrosando la ca-
ravana triste y enmalezca de aquéllos, cuyas realizaciones más
elevadas, se resumen en el culto a las tradiciones y bienes de la
Tierra, sintiéndose incapaces de limpiarse el lastre tradicional
que aún les oscurece el concepto de la inmortalidad del alma.
Pregunta: ¿Las condiciones de vida en las colonias o ciuda-
des del Más Allá, pueden considerarse como estados celestiales,
tal como los desea el ser humano?
Atanagildo: A mi manera de ver, hay varios cielos, pues,
los lugares que yo pude visitar después de la desencarnación,
varían entre sí, tanto en la belleza panorámica, en intensidad de
luz y expresión musical, como en la gran diferencia de sistemas
de vida. Sin embargo, no encontraré el tradicional paraíso bí-
blico, en donde las criaturas ociosas habrían de vivir en eterna
contemplación, como enseñan ciertas religiones oficiales de la
Tierra. En las altas esferas, observé el trabajo incesante, de los
espíritus de alta jerarquía, que se mueven afanosamente con
la divina intención de mejorar las condiciones espirituales de
los desencarnados o reencarnados. Noté un gozo santificado en
todo lo que hacían por nosotros y observé, que su mayor ventu-
ra espiritual proviene de usar el poder creador del espíritu, con
el fin de proyectar energías hacia los planos inferiores, bajo la
inspiración interior de Dios.
No hallé aquí, aquel tradicional cielo de las antiguas pin-
turas hebraicas, en donde los santos y los ángeles entonaban
cantos tradicionales y hosannas a Dios, glorificándolo a tra-
vés de la música ejecutada por instrumentos rudimentarios y
anacrónicos, cuyos acordes desafinados estaría por debajo del
más simple saxófono moderno. Esos cielos que circundan a los
globos físicos, cuanto más se distancian de la superficie de los
planetas, más se extienden interiormente en todos los sentidos,
y se revelan también más pletóricos de alegría, paz y amor. El
maestro Jesús tenía razón, cuando concibió el cielo de los man-
sos y humildes de corazón, pues, a medida que el espíritu se
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