La Vida Más Allá de la Sepultura
sacerdote que manchó la santidad de su iglesia, el ocultista que
abusó de sus poderes para su exclusivo favorecimiento, el mé-
dium espirita inescrupuloso que cambió los bienes de lo Alto
por los placeres peligrosos del mundo, el pastor puritano que se
hizo avaro y cruel y el “macumbeiro”, que a través de la amistad
del viejo negro y del ingenuo indio instaló un negocio deshones-
to en el “despacho” de campaña.
En base a espíritus de todos los matices y profesiones que
allí se congregan, víctimas de delitos execrables, muchos de ra-
ciocinios geniales pero duros de corazón, se alían en recíprocos
esfuerzos de interés común para lograr mayor éxito en sus ob-
jetivos diabólicos. Su extremo egoísmo y su ambición los orga-
niza para preparar a los seres delincuentes en provecho propio,
usufructuando el máximo de satisfacciones y dominio en la at-
mósfera deletérea. Cuando examiné los sectores administrativos
de una de esas ciudades en las comunidades del astral inferior,
no pude dejar de reconocer el toque de competencia del ingenie-
ro en cierta construcción de los palacios y plazas públicas desti-
nados a los más felices, aunque llevaran exagerada suntuosidad
infantil y confort medieval; percibí algunas imitaciones de los
dispensarios médicos, que eran exclusivamente para los fieles
prosélitos y señores de la comunidad inferior.
Identifiqué también un servicio algo eficiente de ilumina-
ción, de aspecto mortecino, proveniente de una usina que fun-
cionaba a base de elementos electromagnéticos, muy común en
el medio astral. Esa energía la usaban para beneficio de la colec-
tividad para fines de dominio sobre las zonas desamparadas y
contra la penetración de las masas sufrientes que venían de los
extremos de los suburbios. Aunque no penetré en la intimidad
de aquel pueblo egocéntrico, después de muchas reflexiones y
observaciones sobre lo que se me presentaba ante la visión com-
probé que la ciudad se parecía a un gigantesco rombo en cuyas
puntas existían sórdidos suburbios, los cuales se extendían por
muchos kilómetros sobre las grandes zonas abismales, satura-
das de criaturas en un pavoroso caos de dolores y sufrimientos,
como si fuesen prisioneros provenientes de los campos de con-
centración de la última guerra terrena.
A ninguno de esos infelices les era permitido entrar en el
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