Ramatís
delante de mí a mis hijos y criados, inclinados sobre mí con los
ojos llenos de lágrimas, intentando levantarme la cabeza man-
chada con repugnantes residuos de la propia carne. Nada les
pude decir, apenas esbozaba una sonrisa, se me escapó el último
aliento de vida y me desprendí definitivamente hacia el Más
Allá. Más tarde supe, que había transcurrido exactamente 56
horas de padecimientos atroces, que faltaban para completar mi
prueba kármica, cuando las fuerzas del Bien intervinieron para
evitar la eutanasia y demoler los proyectos sombríos del astral
inferior. Allí, en el mismo lugar que desencarné por el sufrimien-
to escogido antes de nacer, mi hijo arrojó la porción de arsénico
que debía liberarme antes de los terribles padecimientos.
Debo a la incesante asistencia espiritual de mis amigos de-
sencarnados, el beneficio de haber completado esa existencia
y agotado, en el siglo XVI de la Tierra, una de las más fuertes
cargas tóxicas nocivas para mi indumentaria espiritual
Pregunta: ¿Conocéis algún caso, en donde el paciente haya
huido de las pruebas y haya continuado su vida, sin cumplir con
el destino kármico previsto?
Atanagildo: De ningún modo puede suceder esto. Son muy
variadas las formas y recursos que los espíritus encargados de
tales eventos pueden utilizar, a fin de que los encarnados no hu-
yan al cumplimiento integral de sus pruebas kármicas y aunque
alguno piense eliminarla por la eutanasia o el suicidio, tampoco
escapará a la Ley.
Hay casos, en donde el paciente es apartado bruscamente
del hogar para soportar pruebas atroces en lugares inaccesibles,
a través de accidentes fatales y difíciles de localizar, como desas-
tres de trenes o de aviones, en zonas inhóspitas, sin recursos mé-
dicos o cualquier probabilidad de salvación. Otros desencarnan
después de terribles quemaduras, infecciones o roturas de teji-
dos, que les hace vivir padeciendo indescriptiblemente. Y, para
espanto de muchos, hay casos, que en medio de la catástrofe,
sobrevive alguna criatura que se salva a última hora, sin recibir
un arañón siquiera, porque su muerte no formaba parte del pro-
grama del sufrimiento “colectivo” en donde diversas almas están
ligadas por deudas semejantes, y por lo tanto, incluidas en un
248