Ramatís
mucha razón, cuando se quejaba amargamente: “Vine hacia los
míos y los míos no me recibieron”.
Pregunta: Sucede que cuando nos comunicamos con cier-
tos espíritus sabios, de cierta elevación, tememos ser irrespetuo-
sos y a su vez quedamos en dudas con respecto a su verdadera
simpatía hacia nosotros.
Atanagildo: Es tiempo ya de enfrentar la realidad espiri-
tual, cuya falta de conocimiento lamentamos desde este lado,
después que dejamos el cuerpo carnal. Si somos oriundos de la
misma Fuente Creadora y vamos en procura de la misma Ver-
dad —así como recorremos el mismo camino y soñamos con la
Ventura Eterna—, conviene que mutuamente nos informemos
de la naturaleza del camino o de la existencia de algunos atajos
provechosos, como así también razonar en conjunto sobre las
recomendaciones y advertencias que nos hacen los amigos que
siguen al frente de la caravana. Disponéis de muchas cortesías
hacia nosotros y no somos más que peregrinos ligados por los
mismos intereses, y es necesario que evitemos sembrar ortigas
en el camino que nos hieran en la competición colectiva para
alcanzar el mismo objetivo, que es de todos.
Aunque somos desencarnados, nuestra vida tiene algo de
parecido con muchas cosas de la Tierra, pues aún no decanta-
mos todo el lodo de nuestro periespíritu, ni podemos abandonar
rápidamente el cortejo común de nuestras adquisiciones huma-
nas. Siempre que nos mantengamos unidos por eslabones eter-
nos del corazón, podremos dispensarnos de las convenciones
provisorias, las que constituyen gruesos paredones que impiden
el flujo natural de nuestra bondad y de amor latente en lo ínti-
mo de nuestras almas.
Pregunta: A nuestro débil entender, creemos que la madu-
rez espiritual trae aparejada la seriedad, la circunspección o las
actitudes ponderadas y severas de los hombres de valor. ¿No es
verdad?
Atanagildo: Tomad por ejemplo lo que sucede con vosotros
mismos: ¿por ventura apreciáis más el ambiente pesado, las vo-
ces sentenciosas, constrictivas y la desconfianza de la etiqueta
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