La Vida Más Allá de la Sepultura
Atanagildo: Por lo que tengo observado en este lado, esas
relaciones parecen ser bastante precarias y alejadas de la espon-
taneidad, comprensión y lógica tan deseada por los desencarna-
dos sensatos. En la Tierra aún persiste el tabú de que el espíritu
desencarnado es el fantasma de las histéricos o de los individuos
verdaderamente sádicos, ardiendo en deseos de atormentar a la
familia terrena. He oído reproches por parte de los bondadosos
viejitos desencarnados, que se lamentaban porque al ser vistos
opercibidos por sus hijos o nietos encarnados, tuvieron el mal
gusto de colocarlos en boca de todo el mundo, diciendo que sa-
lían de sus casas para volver a sus sepulturas silenciosas.
A Claudionor, paulista y amigo mío, mucho costó confor-
marlo por lo que le sucedió dentro del que fue su hogar terreno,
cuando pretendió visitarlo para matar la recordación de sus pa-
rientes terrenos. Su familia encarnada es católica y no cree en la
supervivencia del alma, al “modo espirita”, y donde el espíritu
desencarnado continúa con sus modos e inclinaciones huma-
nas. Ella sólo admite una cosa: o el visitante es santo, debiendo
presentarse en divino éxtasis, nimbado de luces, con voz suave
y rostro angelical, o puede ser el diablo que finge ser un parien-
te. Ardiendo en recuerdos Claudionor abrazó efusivamente a
su hija menor, y ésta —que ignora su facultad, es un médium en
potencia y de un futuro desarrollo—, ¡cuando fue tomada, por
la gran emoción de ver al padre desencarnado instintivamente
exudó algo de ectoplasma que alcanzó incontroladamente a un
rico vaso de porcelana y se rompió estrepitosamente en el suelo,
casi desintegrado! La esposa de Claudionor, de mirar instin-
tivo, vio esto y exclamó que allí estaba el espíritu del marido,
que venía a cometer tropelías, lo que puso a toda la familia en
polvorosa, para espanto y angustia de mi querido amigo paulis-
ta!... Todavía se mantenía acongojado y lacrimoso por el acon-
tecimiento, cuando entró apresuradamente en la casa el vicario
local para sacarlo a fuerza de agua bendita y excomulgaciones
intempestivas!...
He ahí el gran melodrama de la muerte; nuestros parientes
gritan enloquecidos sobre nuestro cajón mortuorio y después
huyen despavoridos cuando intentamos comprobarles que es-
tamos vivos y que aún los amamos como siempre. Jesús tenía
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