La Vida Más Allá de la Sepultura 

espiritual que cultivábamos desde el Egipto, hace más de tres 

milenios. Cidalia había alcanzado los veinticinco años y yo los 

veintisiete cuando nos encontramos y Cidalia, hasta esa época 

había decidido mantenerse soltera, a fin de aprovechar su celi-

bato para sublimarse en el incesante aprovechamiento de los 

estudios esotéricos, teosóficos o espiritualistas, profundamen-

te interesada, como estaba, en solucionar los más importantes 

problemas de su alma. En ese afán, la encontré en un “tatwa” 

esotérico en una ciudad próxima a la que vivíamos, en donde 

decidimos en el futuro unirnos por el casamiento para realizar 

un alto estudio de la espiritualidad, liberándonos de cualquier 

tipo de dogma o compromiso asociativo.

Entonces, procuré transmitirle gran parte de mi bagaje es-

piritual y combinamos en base a nuestras convicciones elevadas 

sobre la razón de la vida humana, liberarnos de las violencias 

pasionales y de los conflictos comunes a la mayoría de los no-

viazgos que estriban esencialmente en la dramaticidad de las 

pasiones humanas. Nos esforzamos para realizar una labor ca-

racterísticamente espiritual, procurando huir de las inevitables 

desilusiones que siempre dejan a las emociones prematuras in-

satisfechas. A pesar de todo eso, nuestro casamiento no constaba 

como una realización indispensable o kármica en nuestra vida 

terrena, pues no existía decisión alguna desde el Más Allá al res-

pecto. Sólo había un determinismo, una necesaria y afectuosa 

aproximación entre Cidalia y yo, cuyos lazos afectivos precisa-

ban fortificarse antes de mi próxima desencarnación. Habíamos 

hecho importantes proyectos y programas que combinamos en 

el Espacio, pero se referían únicamente a las existencias futuras.

En realidad, mi enfermedad comenzó a acentuarse a me-

dida que se aproximaba la fecha del casamiento. Me recuerdo, 

que algunas veces Cidalia se dejaba dominar por una extraña 

melancolía, haciéndome entrever cierto pesimismo con respecto 

a lo nuestro, sin que pudiese descubrir a esa “voz oculta” que 

le predecía la imposibilidad de nuestro matrimonio en aquella 

existencia.

Por lo tanto, en base a nuestro libre albedrío, nosotros po-

demos aumentar como reducir en la Tierra, los encuentros y las 

determinadas ligazones que hayamos proyectado desde el Más 

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