Ramatís
jetos y cosas a que nos ligamos egocéntricamente en el mundo;
cuando esa opinión es agradable para nosotros, nos hace subir
la columna de nuestro termómetro emotivo; si es desagradable,
enfriamos el entusiasmo y la alegría de poseerlo. Mientras las
cosas materiales son demasiado inertes y no se relacionan en
su patrón vibratorio con nuestro espíritu, las cosas astrales se
estremecen a nuestra simple presencia, ya que están dotadas
de una vida que fluye de nosotros mismos. La materia densa
permanece aislada de vosotros mismos, pues no refleja vuestras
alegrías ni puede participar de vuestras emociones espirituales,
porque sólo las percibe el espíritu a través de los cinco senti-
dos. En la Tierra nos podemos apasionar fuertemente por un
lujoso vehículo, pero lo hacemos debido a su belleza, utilidad y
confort; sin embargo, no participa con nosotros de esa emoción
interior, es un objeto inerte que se deprecia y también envejece
a cada instante después que se considera construido. Y con su
envejecimiento y depreciación se va también la intensidad de
nuestra alegría y el placer que nos proporcionaba cuando era
nuevo.
Al desencarnar, cuando entramos en contacto directo con
el ambiente de cierta superioridad espiritual, se aumenta la sen-
sación de “sentir” y “vivir”, porque la sustancia astral se vuelve
un eslabón con las cosas exteriores. Ella refleja con exactitud
la gama psicológica y el sentimiento de nuestra alma; derrama
sobre los elementos con que nos relacionamos la esencia colo-
reante que proyecta nuestra aura, aumentándoles la vivacidad
vibratoria. También es cierto que ese material astral es capaz de
retener los más variados matices emotivos de nuestro espíritu,
como también puede coagularlos en forma de materia oscura y
repulsiva cuando nos descontrolamos dominados por las bajas
pasiones.
Pregunta: Por vuestra explicación anterior deducimos que
esa sensibilidad del espíritu con el medio y con los objetos se
refiere únicamente a los reflejos de sus estados emotivos, ¿no
es así?
Atanagildo: Nuestro mundo es el reflejo de nuestro propio
estado interior espiritual, no hay duda alguna; pero él es el que
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