Capítulo XIV
JESÚS Y SUS ASPECTOS HUMANOS
Pregunta: Como existen tantas esculturas y pinturas sobre la efigie de Jesús, según la inspiración
de cada artista, se nos hace imposible conocer las características exactas y la expresión de su
fisonomía, como así también su porte físico. Como habéis conocido personalmente al Maestro, ¿nos
podéis informar al respecto?
Ramatís: Jesús era un hombre de elevada estatura, porte majestuoso, de clásico perfil hebraico,
pero tenía los trazos imponentes de un hidalgo romano. Era delicado en sus formas físicas, pero exu-
daba extraordinaria energía a flor de piel, pues en aquel organismo vibrátil, las fuerzas vivas de la
Naturaleza aliadas a su potencial energético del mundo etéreo astral, demarcaban una gran actividad
mental. La cabeza era amplia y suavemente alargada, su rostro triangular, pero lleno de carne, sin
arrugas o manchas que conservó hasta los días de la crucifixión. Los labios eran perfectos, con suave
predominancia del inferior, no eran muy carnudos propios de los hombres sensuales, ni finos o
laminados que recuerdan la avaricia y la disimulación. La nariz era recta y delicada sin curvatura
inferior que denuncia al hombre de malos instintos; la barba corta y espesa, un poco más oscura que
su cabello caprichosamente separado al medio, haciendo que Jesús tuviera uno de los más bellos
perfiles del mundo.
El psicoanalista moderno habría identificado a Jesús como la figura del hombre ideal, de
fisonomía atrayente, pero de expresión dual, es decir, al mismo tiempo era cariñoso y enérgico, suave
y serio cuyos labios angélicos bien recortados mal podían esconder el potencial de un Genio. Sus
ojos eran claros, afectuosos y sumamente tiernos, pero siempre dominados por una expresión grave
y melancólica; emitían fulgores inesperados cuando parecía ligarse súbitamente a las potencias
superiores. En esos momentos se volvían casi febriles, de un brillo imponente ante tanta energía
moral. Sin lugar a dudas, era el mirar del ángel censurando la maldad y el cinismo de los espíritus
satánicos que intentaban invertir los valores de la vida humana trabajando desde el mundo oculto. A
pesar de ese tono enérgico de amonestación espiritual, jamás desaparecia de su semblante la
expresión de mansedumbre y de inmensa piedad por los hombres.
La sabiduría y el amor se reflejaban en exquisita armonía. Delante del insulto, del sarcasmo o de
la crueldad, sus ojos revelaban divina paciencia y serenidad. El sabio cedía lugar al ángel apiadado
de la ignorancia humana. Cuantas veces, aquel que ironizaba la aparente ingenuidad de la filosofía
de Jesús no podía soportar su compasiva forma de mirar, lleno de ternura y piedad para quien no
podía comprenderlo. Era una dulzura quemante, pues arrasaba la conciencia de los sarcásticos y
ponía al descubierto los pecados que se ocultaban en lo recóndito de sus almas.
Las personas curadas por Jesús, decían que el fulgor de sus ojos le penetraba por la médula
como una energía vivificante, trasmitiéndoles un misterioso potencial de fuerzas desconocidas, que
les reactivaba la vitalidad adormecida. Los malhechores y delincuentes no podían disimular su terror
delante de esos fulgores vehementes, que les ponía en evidencia el cortejo de vicios, pecados o
hipocresías. Raros eran los hombres que no se postraban de rodillas delante del Maestro, clamando
perdón por sus errores cuando les decía imperiosamente: "Andad y no pequéis más".
En medio de la masa humana y heterogénea que rodeaba al Maestro, tanto participaba el curioso
como el discípulo atento; y el cínico ensayaba la forma de perturbar el discurso.
Pero, el mirar de Jesús sobre aquéllos que tenían malas intenciones les penetraba el alma,
arrasándoles los pensamientos a la luz de su divina compasión. Entonces, los perturbadores
asalariados por el Sanedrín se retiraban aprensivos o se mantenían en silencio, bajando la cabeza al
enfrentarse con el fulgor de aquel mirar tan sereno, pero severamente interrogativo.
Pregunta:
Nuestros
pintores
generalmente
presentan
al
Maestro
con
una
fisonomía esencialmente femenina, ojos grandes y rostro redondo, que nada se parece al tipo
semítico de donde descendía. ¿Eran los trazos predominantes de María? pues la tradición dice,
que era una mujer de rara hermosura.
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