A los doce años de edad, el porte del niño era erguido y gracioso, pues las ropas le cubrían
majestuosamente su cuerpo impecable. Su figura admirable era la envidia de las madres que tenían
hijos defectuosos. En él se justificaba el proverbio de que lo "bello y lo bueno no es imitado, sino,
apenas envidiado'', pues tanto lo envidiaban por la plenitud de su encanto, por su pródiga dulzura y
cortesía, dignidad y conducta moral, que era propio de un santo y un sabio. Aunque fuera una criatura
merecedora de todos los mimos del mundo, la maldad no dejaba de alcanzar al niño Jesús, en cuya
fisonomía, espléndida y leal, algunas veces se observaban las sombras provocadas por la
maledicencia, injusticia y despecho. Además, lo que es delicado es mucho más fácil de ser
maltratado, pues mientras el cóndor aprisiona al corderito, el picaflor sucumbe bajo la honda de los
niños perversos. Lo mismo sucedía con Jesús. Su aspecto atrayente, su belleza angélica, la sabiduría
prematura y la mansedumbre poco común, lo hacían un blanco de la concentración de los fluidos
provocados por los celos, envidia o sarcasmos. Enfrentó desde muy temprano, la maldad, la mala fe,
la malicia y la hipocresía humana, cosa que es natural que suceda con las almas exiladas en el plano
retemperador y educativo de los mundos materiales.
Pregunta: ¿Jesús se trataba con los niños nazarenos? ¿Participaba de sus juegos y diversiones
comunes?
Ramatís: No tenía vanidad ni orgullo que lo distanciara de sus compañeros de la infancia, pues
era cordial, afectuoso y amigo leal. Innumerables veces, en lo mejor de los juegos, el niño palidecía
sorpresivamente, pues sus sentidos espirituales avanzados presentían las efervescencia de las
celadas o de las cargas fluídicas agresivas que trataban de alcanzarlo en su aura defensiva. Era el
ángel amenazado por los adversarios de las sombras que no podían afectarle la divina contextura
espiritual, pero que intentaban herirle el cuerpo carnal, precioso instrumento de su trabajo mesiánico
en la tierra.
Esos espíritus diabólicos que la Biblia los sintetizó perfectamente como la "tentación de Satanás",
recurrían a las cargas de la envidia y celos que se formaban alrededor de Jesús, por fuerza del
despecho de sus coterráneos. De esa forma manejaban el material hostil producido por las mentes
insatisfechas con la intención de excitarle los nervios y perturbarle la dirección cerebral.
Entonces, su respiración se hacía agitada y el corazón se le oprimía; el sistema hepato renal se
apresuraba para eliminar cualquier tóxico que se materializara a consecuencia de la condensación de
los fluidos agresivos. El niño Jesús, en un impulso instintivo, corría aceleradamente lejos del bullicio
de sus compañeros para dejarse caer agotado sobre la hierba, junto al arroyuelo, debajo de las
higueras, o entre los arbustos humedecidos, como si el roble y el perfume de las flores silvestres
pudieran refrescarle la mente acalorada.
En tales momentos era cuidado por el ángel Gabriel y sus falanges, que le aconsejaban buscar
refugio en medio de la naturaleza amiga durante las crisis emotivas u opresiones astralinas. Esos su-
blimes amigos podían manipular extractos vitalizantes y fluidos protectores tomados del doble etérico
de los arroyuelos, de las flores y de los árboles medicinales, transformándolos en energías
terapéuticas e inmunizándolo contra los dardos ofensivos de los espíritus tenebrosos
1
. Rápidamente
se producía el deseado desahogo espiritual y el niño volvía tranquilo a retomar los juegos, sin poder
explicar a sus compañeros el motivo de su fuga intempestiva.
Pregunta: De acuerdo a vuestros propios mensajes, donde el espíritu sublime sólo atrae buenos
fluidos, ¿cómo se explica la necesidad de tantos cuidados y protecciones al niño Jesús, si era un
ángel exilado en la tierra?
Ramatís: Habéis dicho bien: "Jesús era un ángel exilado en la tierra", es decir, un ángel fuera de
sus dominios y sumergido en una escafandra de carne que lo reducía en su potencial angélico. Ya
hemos citado otras veces el concepto popular, qué "entre las espinas, el traje de seda del príncipe se
rasga con más facilidad que la ropa de cuero del campesino".
1
Ver el capítulo L, "Ciudadano de Nuestro Hogar", de la obra La Vida en el Mundo Espiritual (Nuestro Hogar). Edición
Kier, S.A., donde el espíritu de Narcisa manipula extractos fluídicos del eucalipto y del mango en favor de un enfermo. Igual
sucede en el Cáp. "Entre los Árboles", de la obra Los Mensajeros Espirituales, de André Luiz, página 178; edición Kier en
castellano.
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