servicios a los vecinos y gentes de las caravanas, Ana y Elizabet ayudaban en los bordados que
María les enseñaba. Eleazar, Matías y Cleofás, conocidos por Simón, hijo de José, jamás
demostraron resentimientos o quejas contra aquella mujer heroica que los amparaba desde la niñez
con el dulce afecto de una verdadera madre.
Así transcurrió la vida de María hasta que Juan, el Evangelista la llevó para Efeso cuando ya
tenía bastante edad, donde más tarde desencarnó, después de haber atendido a todas las criaturas,
transmitiéndoles los mejores sentimientos de ternura y amor en homenaje al hijo querido, que había
sucumbido en la cruz para redimir al hombre. A su alrededor se reunieron los tristes, desamparados y
enfermos, todavía esperanzados de la presencia espiritual del Amado Maestro para la cura de sus
males. María, buenísima y leal en su amor a Jesús, a veces, se lamentaba de no haber comprendido
a su debido tiempo la sublime y heroica misión de su hijo. Entre los discípulos y seguidores del Cristo
Jesús, viejita y agotada, cierto día desencarnó, liberándose de la materia opresiva.
Pregunta: ¿Qué aspecto .tenía el hogar de Jesús, durante su infancia?
Ramatís: Era una casa simple en un suburbio de Nazaret, semejante a las residencias árabes,
construida de bloques y ligados con cal y argamasa, de color blancuzco, con las suturas hechas de
barro amasado. La puerta de entrada era baja y poco segura, daba acceso a dos aposentos
espaciosos que no tenían pared divisoria, sino dos cortinas, hechas de los mismos cobertores,
aferrados por ganchos a una cuerda rústica. Ambos se comunicaban con el taller de carpintería de
José, y a su vez, permitía la entrada al establo por una puertita mediana. En lugar de ventana, había
una gran abertura en el techo por donde entraba bastante claridad que incidía sobre el suelo de tierra
amasada que se hallaba semi cubierto de pieles de cabra, de camellos y de carneros, además de los
cobertores livianos y caminos de paja trenzada. Era una casa, cuyo aposento central y espacioso
servía, al mismo tiempo, de cocina, de sala de estar y hasta de cuarto para dormir para los
huéspedes que se presentaban inesperadamente.
Aunque fuera pobre, era muy confortable para las costumbres de aquella época; además el clima
saludable, la prodigalidad de los peces y el fruto de los árboles frutales, permitían el sustento fácil. La
índole innata de recibir a todo el mundo los hacía merecedores de presentes y de la ayuda de los
forasteros, que tenían preferencia por hospedarse en un hogar pobre, pero entre gente sana y limpia
de corazón. Allí llegaban hombres de todas las razas, conductas y condiciones, causa por la cual
preferían un hogar conocido, pero de sana moral.
Durante los días secos y plenos de sol, cuando el cielo estaba límpido, se cocinaba afuera, pues
el combustible para el fogón, consistía en gajos secos de cipreses y cedros, cuyo calor era
hábilmente conservado con estiércol de camello resecado y mezclado con el aserrín producido por la
carpintería. El fogón, grande y bastante ancho, descansaba en un trípode de hierro, siendo trasladado
hacia el interior de la casa en los días lluviosos, cuya humareda ennegrecía las paredes por falta de
ventilación apropiada.
Alrededor de la casa se había construido una cerca de tablas deformes sobrantes del corte de la
sierra, donde se entrelazaban bejucos en flor; aquí y allí, repuntaban montículos de margaritas tras-
plantadas de las márgenes del Jordán y que necesitaba mucha humedad para mantenerse lozanas.
Las manos del niño Jesús habían preparado algunos canteros, protegidos por una cerca de piedras,
pues era muy cuidadoso con los rosales en flor, los que resaltaban con su encanto rojizo. José y
María tenían algunas gallinas, cabritos y patos que les daban leche y huevos, y no faltaban el dócil
borriquito que servía para los quehaceres de la carpintería y para la entrega de los encargues de
menor porte.
El observador perspicaz reconocería fácilmente en aquel escenario pobre, simple, pero emotivo,
el toque mágico de las manos del niño Jesús; aquí, las piedras amontonadas con agradable sentido
estético, delineaban el contorno del modesto jardín; allí, cercas pequeñas de todos los tipos y
tamaños, sostenían a una gran cantidad de plantas y las cintas de cuero guiaban a las enredaderas
hacia la parte superior del cerco de la casa; acullá, la arena fina y dorada traída de las canteras
cercanas, cubría los caminos por donde María debía pasar a extender la ropa y dar de comer a las
aves. Allí se observaba el toque del pequeño artista, pues los pinceles y los tarros de
pintura
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