Capítulo XI
EL HOGAR DE MARÍA
Pregunta: ¿Nos podéis dar algunas referencias sobre la vida hogareña de María, en la época del
niño Jesús?
Ramatís: Cuando el niño alcanzó los 10 años de edad, su madre era responsable de una prole
numerosa, que como ya sabéis era la descendencia del primer matrimonio de José. Su vida
doméstica era exactamente igual a la mayoría de los otros hogares, pues siempre había pocos
recursos económicos. Las mujeres acostumbraban a secar el trigo y el centeno en amplias esteras
tendidas al sol, para luego llevarlos a los molinos existentes por los alrededores, venderlo y con eso
ayudar al hogar. Algunas pobres familias de los suburbios de Nazaret plantaban legumbres y
hortalizas, o destilaban jugos de frutas en pequeños alambiques; otras, extraían el aceite de la oliva y
llegaban a tener bastantes ganancias. Se ponía en marcha cuanto recurso era posible para atender la
sobrevivencia, porque además de la pesca, de los servicios modestos de la carpintería, del tejido, del
aceite, herrería y talabartería, no existía en Nazaret otra industria de mayor magnitud, capaz de
desahogar los gastos de los moradores. Las mujeres hebreas, laboriosas, decididas e ingeniosas,
hacían panes de trigo y centeno, mezclados con miel, harina extraída de los tubérculos de la tierra y
luego tostada, o bien preparaban deliciosos caldos con el pescado y los vendían en potes de barro;
cocían con azúcar frutos como la pera, el durazno y el damasco que acomodaban en cajas de
madera de cedro fino, revestidas con hojas de parra. Algunas de esas casas eran tan famosas por
sus productos, que les era imposible atender la demanda impuesta por los interesados.
Así era la vida de María, madre del Maestro Jesús, que se desdoblaba cuanto le era posible para
sustentar a la prole, pues todos cooperaban en la fabricación de los dulces, en la plantación modesta
de hortalizas, en el secado del trigo y centeno y preparar el pescado a fin de vivir una existencia
modesta, pero razonable. Era una vida árida y muy laboriosa, de pocas compensaciones en el
descanso y diversiones. El mayor entretenimiento era cultivado como un desahogo delicioso junto al
pozo común, que abastecía el lugar de agua necesaria. Después de la tarea agotadora del hogar, el
centro de las diversiones era alrededor de la fuente de agua, puesto que significaba un descanso
para el espíritu atribulado. A la hora de buscar agua se intercambiaban las noticias entre las mujeres,
que iban desde el cuidado de los niños, hasta introducirse en las cosas de la vida ajena. Vecinos,
amigos, forasteros, mercaderes y rabíes se reunían alrededor del pozo tradicional, que venía a ser el
denominador común de todas las ansiedades y emociones de los nazarenos. Las jóvenes, las
ancianas y los niños, formaban apretada fila, cargando vasijas, cántaros, potes y jarras de vidrio que
brillaban al sol, siendo una apasionante invitación para los pinceles de los artistas. Alrededor de esa
fuente crecían amistades y se formaban amores, cuya trayectoria culminaba en el célebre
casamiento, pues el gesto cortés de un joven al cargar la vasija de la mujer, era el preludio de tan
feliz y futuro acontecimiento.
Y, el niño Jesús, siempre tan servicial y atento, principalmente con los viejos y enfermos,
prestaba toda clase de servicios en el lugar. Se regocijaba de poder llenar el cántaro de los más
viejos, lavaba las jarras y ayudaba a los perros a mitigar la sed. A veces, todo terminaba en un
inesperado baño de agua, a causa de la intervención de otros tantos niños. Retornaba a su hogar
muy alegre después de esa ayuda fraterna, y su comportamiento jamás desmentía el gran espíritu de
justicia que le animaba hacia el prójimo, pues nunca cargaba la jarra de la joven sin antes hacerlo con
la mujer de más edad.
Cuando José falleció, víctima de un ataque cardíaco, Jesús alcanzaba los veintitrés años de edad
y María asumió definitivamente la dirección del hogar. Mientras José alcanzaba los veinte años, era
ayudado por Tiago de once años, los cuales se dedicaban a los trabajos de la carpintería, heredada
por su padre. Efraín, de veintidós años, demostró desde muy temprano su espíritu de especulador,
pertinaz y ambicioso, pues hacía de intermediario en algunos negocios de abastecimiento de víveres,
como así también, algunos negociados entre los hebreos y los romanos. Algunos años después, su
situación financiera era bastante desahogada y respetada. Mientras Andrés prestaba
algunos
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