plenitud esas ocurrencias venturosas, pues sólo tuvo conocimiento de la aparición de su hijo excelso,
cuando lo encontró tranquilo y acostado a su lado, en la sencilla cuna de paja.
Algunos rabíes, puros de corazón, más tarde confirmaron que habían presentido ondas de luz y
olor a perfume durante el oficio en la sinagoga, presumiblemente en los momentos de nacer Jesús.
Mientras que los pastores y campesinos, simples y buenos, juraron que habían visto sobre la casa de
Sara, súbitas refulgencias que parecían centelleos a la luz del sol, surgiendo detrás de las nubes. En
verdad, las huestes angélicas proyectaban sus luces profilácticas y desintegradoras en el ambiente
donde Jesús debía nacer, a fin de eliminar las sustancias pestilentes y cargas magnéticas
proyectadas por los espíritus de las Tinieblas deseosos de impedir el advenimiento del Mesías.
Pregunta: Las personas que visitaban al niño Jesús, ¿notaron alguna cosa extraordinaria,
además de su belleza, propiamente humana?
Ramatís: Además de la belleza y del encanto del niño Jesús, aquellos que lo visitaban sentían
una dulce sensación de paz y alegría, irradiada desde aquella cuna pobre, conmoviéndolos hasta de-
rramar lágrimas. Sin duda, que no eran emociones fácilmente identificadas por los sentidos físicos,
pero sí, una percepción que tocaba el alma, dejando su sello espiritual. Las personas ingenuas,
simples y bondadosas, corazones hambrientos de amor y llenos de fe, sintieron nítidamente la
presencia real del Mesías. Pero, como el cerebro físico no tiene capacidad para atender a las dos
vidas simultáneamente, la física y la espiritual, lo cierto es que los participantes de esos insólitos
fenómenos, terminaron por olvidarlo en el prosaísmo de la vida humana.
Algunas mujeres muy sensibles y con facultad de videncia, describieron el aura refulgente que
emanaba desde la cuna del niño e iluminaba los aposentos, muebles, objetos, aves y personas, de un
color rosa con reflejos dorados, centelleando sobre un fondo lila muy claro. Entonces, se arrodillaban
enternecidas, besando las manos del querubín y lo miraban encantadas, como si hubiera llegado el
príncipe de un país lejano. Algunas personas aseguraban que habían notado el olor a perfumes
sutilísimos; otras auscultaban el aire en busca de melodías, cánticos y preces conmovedoras que
emocionaban hasta las lágrimas y que no podían explicar. Bajo tales circunstancias no tardó en
divulgarse por la ciudad, la noticia que María, esposa de José el carpintero, había sido visitada por los
dioses y dado a luz un niño hermoso, y que parecía ser el enviado para Israel.
Al transcurrir el tiempo, la propia María olvidó las divinas emociones vividas durante el nacimiento
de Jesús, ante la responsabilidad de una vida activa junto a la familia, cuya descendencia numerosa
provenía de dos casamientos. Así, todo volvió a la normalidad en la tierra y se olvidó los pasajes de
aquellos días para encuadrarlo en la moldura de los acontecimientos humanos. Sin embargo, las
entidades que protegían a Jesús jamás se apartaron de él, manteniéndose atentas para neutralizar
todas las embestidas y tramas movilizadas por los espíritus diabólicos.
La familia se mostraba feliz y tranquila, y José se maravillaba ante la figura tan encantadora de
Jesús, su primer hijo con María. El niño se acomodaba en una humilde cuna de paja y algodón, pero
hasta los animales parecían sorprendidos, pues lo espiaban por los intersticios de las paredes
divisorias del aposento. Ante la noticia de que el hijo de María y José poseía una belleza incomún, sin
los trazos comunes a los recién nacidos, el hogar de Sara era una romería. Además, siguiendo la
tradición de los hebreos, la vecindad de Belén, la parentela de Nazaret, como las amigas de María,
en Jerusalén, le enviaban presentes al niño Jesús y felicitaban a la madre venturosa. Algunas
personas apenas deseaban conocer al niño angélico, otras traían sus presentes y solidaridad al
agraciado y feliz casal por el advenimiento de un nuevo ser a su hogar. Eran pastores, campesinos,
amigos de José y las jóvenes del templo de Jerusalén, quienes expresaban su sincero sentir ante la
hermosura del recién nacido. Algunos presentaban en señal de aprecio, cabras, corderitos, aves,
otros traían sacos de trigo y cereales, jarabes de frutas, panes de centeno, higos con miel y otras
cosas más que utilizarían los padres. Los vendedores ambulantes, viejos abastecedores de la casa y
de la carpintería de José, dejaban abrigos, sábanas, cobertores y diminutas sandalias para el
hermoso niño.
A pesar de la tradición bíblica y fantasiosa, no se registró junto a la cuna de Jesús, ningún hecho
insólito que pudiese confirmar la derogación a las leyes físicas, pues su nacimiento se produjo con-
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