Entonces se dio el terrible y doloroso suspenso para todos; amigos y discípulos de Jesús se
estremecieron y las mujeres cayeron de rodillas, bajo crucial oración, mientras dos ayudantes
despojaron a Jesús de sus ropas, quedando solamente con un pequeño paño que le cubría los
riñones. Otro le ofrecía un vaso de vino con mirra, que .servía de anestesiante para que los
condenados pudieran soportar los primeros y atroces momentos de la crucifixión. Esa costumbre, casi
siempre partía de un grupo de mujeres piadosas, a las que se les pagaba para que amenizaran el
sufrimiento de los crucificados. Jesús mal tocó con los labios la bebida, rechazándola, pues quería
recibir el sufrimiento con perfecta lucidez y no quería entorpecer su comunión espiritual con el Señor.
Estaba convencido que su obra redentora pedía tal sacrificio para bien de la humanidad, por eso
quería ser consciente de su propio holocausto. En seguida lo pusieron sobre la cruz, le prepararon las
manos en la traba superior horizontal y los pies en un apoyo de madera de la traba vertical, mientras
otro verdugo fijaba un pedazo de madera entre las dos piernas, para aliviarle el peso del cuerpo a fin
de no rasgarle las manos. Después levantaron la cruz con su cuerpo clavado y lo colocaron en la
abertura del suelo, quedando los pies a unos noventa centímetros del suelo. Otros dos condenados
también fueron sacrificados alrededor de Jesús, los que se lamentaban dejando escapar lúgubres
gemidos por sus dolores atroces, pero en ningún momento le dirigieron la palabra, conforme se cita
en los evangelios
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Era el punto final del proceso de la crucifixión, desde ese momento el tiempo de vida de cada uno
de los sacrificados, dependía exclusivamente de su resistencia orgánica, pues hubo casos de indi-
viduos tan robustos y sanos que duraron cuatro días en la cruz.
Pregunta: ¿Existe veracidad en los relatos evangélicos, sobre el mal trato que dieron a Jesús,
después de ser clavado en la cruz?
Ramatís: Desde lo alto de la cruz, Jesús miró a todos lados lleno de amor y cariño, buscando los
rostros amigos que estaban esparcidos por la cima del Gólgota. Finalmente vio a Magdalena, Salomé
y Juana de Khousa; Juan, su querido discípulo y a su hermano Tiago, siempre paciente y entusiasta;
Marcos, valeroso y decidido; Tiago, el mejor y fiel amigo. Más allá, casi alcanzando la cima del monte,
llegaba Pedro, cuyo porte alto y robusto parecía apoyarse en su hermano Andrés; a su lado, Sara y
Verónica protegían a María, la infeliz madre, que retornaba al Gólgota después de haber sido asistida
por tercera vez de sus desfallecimientos cruciales, ante el martirio de su querido hijo. Aquel cuadro
conformaba a los seres que tanto había amado en sus días de pregonaciones; pero poco a poco iban
venciendo el temor humano y comenzaban a juntarse al pie de la cruz encendidos por una fuerza
espiritual, cosa que satisfizo a Jesús, llenándolo de regocijo. Su muerte y sacrificio ya no serían
inútiles, pues las almas que había escogido para transmitir sus ideas a la posteridad, ahora se
comunicaban entre sí y se agrupaban por la fuerza cohesiva de los pensamientos y sentimientos
evangélicos, así como las ovejas dispersas por las tempestades, se reúnen nuevamente bajo el
cariño de su pastor.
Súbitamente, Jesús fue interrumpido en su devaneo consolador por los gritos, bromas y
escarnios de los infelices agentes de Caifás, que antes de retirarse del Gólgota, trataban de rematar
su ignominia con gestos de indiferencia salvaje, a fin de agradar a sus jefes vengativos. Acosados por
los espíritus de las tinieblas, sarcásticos y despechados por el triunfo indiscutido de Jesús,
descendieron a la vileza de un humorismo tan negro, como lo eran sus propias almas.
— ¡Desciende de la cruz, Hijo de Dios! ¡Llama a tu Padre para que te libere del suplicio!
¡Guárdame un lugar en tu reino! ¿Hacia dónde huyeron tus legiones de ángeles? ¡Que salven al Rey
de los judíos en su trono de la cruz! ¡Desciende de la cruz, sálvate primero y nosotros seremos tus
creyentes!
Mientras reían haciendo gestos de desprecio, Jesús los miraba compasivo y resignado, inclusive
a los soldados que algunas veces se reían de las payasadas que hacían los esbirros de Caifás.
Inmensa bondad le invadió su alma, vibrando en el más puro y elevado amor; nuevamente su mirar
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Lucas, Cáp. XXIII, vers. 39.
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