Eso sucedió con algunos de los criados y siervos de la comitiva de Pilatos, que por ser la hora de
tomar alimentos, descansaban cerca de allí y además eran avezados en bajezas de esa índole.
Desgraciadamente, la mayoría eran hebreos mercenarios, apatridas que buscaban prestigio ante sus
dueños o capataces, aunque tuvieran que danzar para contentarlos. Alguien tomó un paño color
rojizo que servía a los soldados para jugar a los dados, y lo colocó sobre los hombros de Jesús,
mientras que otro le ponía una caña entre las manos, como si fuera un cetro real. No satisfechos aún,
arrancaron unos gajos de una planta espinosa e hicieron una corona que colocaron sobre la cabeza
del Maestro. Se divirtieron algunos momentos frente al rabí, haciendo gestos como si fuera un rey, y
los más sarcásticos le tiraban de la barba, obligándolo a mover afirmativamente la cabeza en
respuesta a sus peticiones burlonas. Los legionarios romanos apostados cerca de allí, se reían pero
no participaban de esa grotesca escena. Pocos instantes después, hombres y mujeres autores de la
farsa, desaparecieron para atender sus obligaciones, mientras, Jesús quedaba meditando sobre las
burlas y crueldades que su misma gente le había proporcionado. Una vez más se comprobaba el
viejo dictado que dice: "No hay peor cuña, que la salida de la misma madera"
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Pregunta: ¿Qué le sucedió a Jesús después de esos actos humillantes?
Ramatís: Era casi medio día; el sol estaba alto y el día sofocante prometía lluvias torrenciales
para la tarde; a esa hora Jesús fue custodiado por un grupo de soldados romanos, iniciando su
trágica jornada camino del Calvario, saliendo por la puerta de Damasco. El pueblo se aglomeró junto
al portón y al largo muro de la prisión; cuando Jesús apareció, María de Mágdala, Salomé, Juana,
María y otras mujeres se precipitaron para abrazarlo, pero fueron apartadas con rudeza por los
soldados. Entonces se arrodillaron y en medio de grandes sollozos clamaban a Dios, mientras el
Amado Maestro las miraba compasivo y resignado. La calle cada vez se hacía más escarpada y el
Maestro estaba palidísimo; tenía las manos atadas y daba muestras visibles de cansancio y dolores
físicos. A su retaguardia, dos hombres le seguían los pasos cargando el pesado tronco, que más
tarde le serviría para el suplicio de la cruz. La procesión seguía bajo la indiferencia de los soldados,
bastantes acostumbrados a aquellas escenas y a los lamentos dolorosos de los parientes, amigos y
simpatizantes de los condenados, que tanto suplicaban por la liberación del prisionero como ofrecían
toda clase de valores.
Por otra parte, los soldados cumplían órdenes superiores dentro de la rutina peculiar de aquellas
ejecuciones, sin tener iniciativa personal de agravar o aliviar el sufrimiento de los ajusticiados. En
determinado momento, el jefe de la patrulla romana atendió a la súplica de las mujeres y consintió
que ayudaran a Jesús; sin pérdida de tiempo y disponiendo apenas de algunos segundos, Verónica le
enjugó el rostro y Juana le dio agua fresca de un cántaro pequeño. Enseguida volvieron a ponerse en
marcha; el trayecto desde la puerta de Damasco hasta la cima del Calvario fue recorrido en diez y
seis minutos, pues las ejecuciones se cumplían fuera del muro de la ciudad. Jesús mal podía respirar,
su cuerpo temblaba, tenía temperatura y el sudor le bañaba el rostro, mientras sus ropas se mojaban
y daban un aspecto deprimente por las manchas de sangre causada por la flagelación. Los
encargados de la crucifixión tenían apuro, pues el sol del mediodía quemaba la carne de todos por
igual. Al llegar a la roca de forma cónica, cuyo aspecto se parecía al de una calavera, la multitud se
esparció, dividiéndose en grupos. Aquí, estaban los curiosos o sádicos, animados por el espectáculo
tenebroso; allí, los parientes, amigos y discípulos oraban en mortificante desesperación; acullá, se
divertían los infelices escarnecedores de todos los tiempos que se alegran sobre el martirio de los
justos. Algunos más sensibles y confiados, oraban fervorosamente, seguros que el cielo se abriría y
bajarían legiones de ángeles para arrasar a los soldados y liberar a Judea del yugo romano, conforme
lo anunciaban las profecías del Viejo Testamento con el advenimiento del Mesías.
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Nota del Médium: Refrendando los decires de Ramatís, que los "mejores amigos de hoy, pueden ser los peores
enemigos de mañana"; se sabe que durante la guerra nazista, las "mujeres verdugos" de los campos de concentración, que
habían sido escogidas entre las mismas prisioneras húngaras, checas y polonesas judías, eran más crueles para sus
compañeras que las alemanas, en la preocupación de resaltar ante los detestados jefes. Los peores capataces y castiga-
dores de los negros eran reclutados entre los mismos esclavos, en el Brasil colonial.
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