volvió a guardar silencio. Después de un detenido examen de los testimonios enviados por el
Sanedrín, los jueces romanos condenaron a Jesús a la crucifixión.
Pregunta: Algunos autores dicen que es absurdo el relato evangélico, donde narran que la
ejecución fue llevada a cabo algunas horas más tarde. ¿Qué verdad hay sobre ese aspecto?
Ramatís: La justicia romana que regía en las provincias cautivas contra los sediciosos,
conspiradores y esclavos rebeldes procedía sumarialmente y la ejecución se realizaba casi
inmediatamente. Los romanos eran prácticos y faltos de sentimientos; una vez probada la culpa del
acusado, nadie lo podía salvar. Aunque cabe señalar la ética avanzada del Derecho Romano para
esa época, su aplicación justa y racional sólo se refería a los patricios y ciudadanos de Roma, pues el
tratamiento dado a los cautivos era muy diferente. No contemporizaban con los intentos sediciosos o
las conspiraciones contra el poder público, pues arrasaban cruelmente cualquier movimiento u
objetivos insurrectos para atemorizar a los futuros rebeldes. Durante su dominio despótico los
romanos sembraron millares de cruces en Palestina, se pudrieron millares de rebeldes, conspiradores
y hasta imprudentes personas que fueron capturadas en las proximidades de las revueltas. Los duros
romanos consideraban a los pueblos vencidos como materia prima que debían garantizar sus planes
estratégicos y mantener a sus instituciones económicamente.
Por otra parte, Pilatos debía atender a las tradiciones de los judíos, pues el sábado y domingo de
Pascuas no podía haber ejecuciones, ceremonias fúnebres o crucifixiones, para no manchar las
festividades de la "ciudad santa". Entonces la sentencia de crucifixión de Jesús debía cumplirse el día
viernes. Esa determinación hizo que la claque del Sanedrín aplaudiera con insistencia y minutos des-
pués, una delegación de sacerdotes, preparados adrede, comparecían al atrio del Pretorio y uno de
los agentes oficiales leía con voz llena de satisfacción el saludo lisonjero que el Sumo Sacerdote
enviaba, a Poncio Pilatos por su rectitud y desempeño del honroso cargo que le fuera confiado por el
augusto Emperador Tiberio. Pilatos aún estaba despechado e irascible, temiendo la astucia de
Caifás, pero al oír la hipócrita cantinela de elogio, no pudo dejar de envanecerse ante las
perspectivas de las futuras recomendaciones sobre su persona ante Roma. Momentos después,
Jesús ya no era preocupación, ni tampoco le interesaba su destino, pues una vez que firmó la
sentencia, del asunto se encargaba el centurión Quinto Cornelio. La verdad, es que tus falsos
sentimentalismos por el espacio de algunos minutos, fueron superados rápidamente por sus intereses
y la vanidad que lo cegaba.
Pregunta: Cuentan las narrativas evangélicas que Poncio Pilatos hizo todo lo posible para salvar
al Maestro, llegando a la desesperación cuando los mismos judíos optaron por crucificarlo. ¿Cómo
decís que Poncio Pilatos, sólo intentó vengarse del Sumo Sacerdote, tratando de absolver a Jesús?
Ramatís: La verdad es, que ante la severidad de las pruebas presentadas, Pilatos no sólo
consideró a Jesús como el jefe de los peligrosos rebeldes, sino, que vio la necesidad de eliminarlo
inmediatamente en favor de la seguridad de su gobierno. Él no consideraba inocente o inofensivo a
un hombre que se intitulaba el "Rey de Israel", pues además dirigía a un grupo de galileos belicosos.
Tampoco debéis olvidar, que Pilatos era voluble y reaccionaba violentamente cuando se le quería
imponer alguna cosa, como sucedió, con la maniobra astuta de Caifás.
No hubiera sido tan tonto como para sacrificar su-seguridad administrativa en la provincia de
Judea, para salvar a un judío rebelde y desconocido, condenado por sus propios compatriotas.
Poncio Pilatos no era fácil de embaucar, pues a pesar de su temperamento excitado, siempre se
mostraba altivo, orgulloso y déspota, máxime cuando entraba en juego su ambición, vanidad ó interés
personal.
Malgrado a su indeciso carácter, la cólera lo hacía decidir a su favor en las cosas que jamás se
creía seguro.
Tampoco ocultaba su despecho por la religión y el fanatismo de los judíos, pues cuando no
se reía de las intrigas, aflicciones y creencia infantil de aquel pueblo, llegaba a amenazarlos que
algún día entraría al templo en señal de afrentoso desafío. También es cierto, que los judíos eran
insolentes y no escondían su desprecio por el "magnánimo y supremo Tiberio, Emperador de
Roma", cuya provocación la demostraba por medio del Procónsul, tan orgulloso.
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