profanador, pero ha sido exceptuado de culpa ante Roma y como nuevo estímulo de sus sediciones,
será considerado rebelde al orden público, debiendo sufrir el suplicio de la cruz en el buen
cumplimiento de la sentencia que ha de imponerle el representante del Emperador Tiberio.
Poncio Pilatos se recostó en el respaldo de la poltrona con los labios entreabiertos y su rostro
pasmado ante tamaña audacia. Estaba habituado al cinismo y a la petulancia de los hebreos, pero
jamás toleraba que le impusieran sus obligaciones públicas. El Sumo Sacerdote no le exigía la
muerte de Jesús, el rebelde y enemigo del Clero Judío; pero lo desafiaba amenazadoramente si
no accedía.
Demostraba una vez más, que tenía el triunfo en las manos y no abdicaría de tal favor.
Se sintió muy ofendido en su amor propio ante la actitud descarada del esbirro de Caifás e intentó
dar una lección al emisario, pues un romano jamás se inclinaba tan fácilmente a la decisión ca-
prichosa de los pueblos esclavos. Pero, eso quedaba pendiente de sus indagaciones al sedicioso y
rebelde Jesús, pues si lo liberaba por puro capricho, podía sublevar nuevamente al pueblo, y luego
sería muy difícil explicar a Tiberio el motivo que lo impulsó a tomar esa decisión. Entonces, en vez de
interrogar a Jesús ante los jueces, ordenó que lo llevaran a su aposento de trabajo. Ante la debilidad
y el estado aflictivo del rabino Galileo, mandó que se sentara, a la vez que le Preguntaba:
— ¿Qué hiciste galileo, para encender la ira de los jueces del Sanedrín y tener en contra tuyo
tanto y tantos testimonios de sedición, que me veo obligado a crucificarte?
Jesús miró al Procónsul, algo sorprendido por el tratamiento menos duro que demostraba el
rígido romano, y en su mirar silencioso le dio a entender su inmensa gratitud. Pilatos se movió impa-
ciente en la poltrona con aire de contradecido.
— ¡Habla, galileo! -—ordenó autoritario e impaciente—. ¿Por qué violaste el orden público?
Ante aquella brusca, pero humana comprensión, Jesús se proponía exponer los motivos de su
vida, sueños e ideas de la inmortalidad, las relaciones entre los espíritus, los fundamentos de su
doctrina de liberación para la humanidad y el verdadero sentido del Reino de Dios, que estaba por
encima de los intereses y de las contingencias humanas. Desconocía los motivos por que Pilatos lo
trataba con cierta deferencia, en vez de mandarlo de inmediato al juicio común, donde podía haber
sido sentenciado centenas de veces a causa de la cantidad de pruebas acumuladas por el Sanedrín.
¿Poncio Pilatos comprendería sus esperanzas e ideales mesiánicos? ¿Lo liberaría para que
continuase su obra salvadora para la humanidad? Jesús, súbitamente fue envuelto por una extraña
vibración que le penetró por los poros del cuerpo y le avivó los sentidos; retornando la lucidez a su
espíritu comenzó a revivir los cuadros que había tenido en el Huerto de los Olivos, donde casi había
sentido gotear la sangre sobre las manos y los pies en el martirio de la cruz. Entonces, cerrando los
ojos y ante la enorme comprensión de su alma, entendió que la sobrevivencia de su Evangelio
dependía del holocausto de su vida carnal. Cortésmente y con palabras saturadas de extrema
bondad, pero implacable decisión, Jesús respondió a Pilatos, que lo miraba con cierta preocupación,
y con aire de simpatía:
—No tengo por qué defenderme de las acusaciones de los hombres, pues yo cumplo con la
voluntad de mi Padre, que está en los cielos. La muerte será para mí la corona de mis trabajos y la
salvación de mi obra para la redención de los hombres.
Pilatos frunció el entrecejo, muy sorprendido y, movido por un impulso sincero, le dijo:
—Mas yo puedo salvarte la vida, ¿qué deseas tú?
—Rechazar la vida que me ofreces sería deserción y cobardía; sólo mi muerte no desmentirá
aquello que el Señor transmitió por mí a los hombres.
Se levantó el Procónsul y se puso a caminar movido por extraños pensamientos. Contrariando a
todo lo que narra la historia religiosa, jamás Poncio Pilatos intentó salvar a Jesús por cuestión d©
simpatía o movido por un acto de piedad, sentimientos esos que no armonizaban con su carácter
curtido por las ambiciones y mañas de la política de Roma. Lo qué en ese momento le importaba, era
vengarse de Hanan, Caifás y sus secuaces, pues lo único que estaba en juego, y él bien lo sabía,
eran los avanzados intereses del Clero Judío. Mientras tanto, con el rechazo de Jesús a su clemencia
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