designación efectuada. El defensor hizo una exposición algo irritada, pero muy preocupado con los
efectos de la retórica sobre los miembros del Tribunal, antes que consustanciarse con la causa.
Consideró que Jesús era un maniático religioso, una especie de demente y frustrado en sus
ambiciones mesiánicas y extravagantes, que debía ser execrado y deportado de Judea, pero no sen-
tenciado. El promotor y el relator dijeron que era hombre de buen tino, con carácter peligroso y
disimulador, bastante capaz para agrupar a los seres insatisfechos y sin vocación alguna, para luego
causar disturbios y perjuicios a la santa causa de Moisés. El juicio se había prolongado hasta la
madrugada y la defensa en nada había cambiado la situación de Jesús, pero ante su deliberada
indiferencia y mutismo, el Tribunal le selló su destino. Se hizo la votación y una vez expuesto el
resultado del escrutinio se leyó lo siguiente:
—"Jesús de Nazareth, rabí Galileo y sedicioso enemigo de la Ley" ha sido condenado por
unanimidad por la "pequeña corte" del Sanedrín, y no le cabía apelación ante el Gran Consejo, pues
no tenía un solo testimonio favorable y la votación había sido unánime.
Hanan y Caifás descongestionaron las fisonomías, sin ocultar la satisfacción que les invadía el
alma, ante el éxito alcanzado por su perfecta maquinación, al servicio de otros poderosos de
Jerusalén, a cuya actividad, el Maestro Cristiano les causaba serios perjuicios. Con un cinismo
inenarrable, el Sumo Sacerdote exclamó:
— ¡Llevadlo! ¡Que Jehová se apiade del culpado!
Era regla impuesta por el Tribunal del Sanedrín, que la sentencia se debía pronunciar únicamente
al día siguiente por el Sumo Sacerdote. Además, los judíos hacían todo lo posible para no ejecutar a
un patricio, aunque fuera condenado por cosas abominables, puesto que era una injuria a la "ciudad
santa"; pero en aquel caso, Caifás poco le importaba la tradición, su meta era destruir a su peligroso
adversario.
Ese plazo podía ser aprovechado por los parientes, amigos o interesados en ver al culpado como
inocente y volver a promover influencias para dejar sin efecto la medida dictada por el Alto Tribunal,
pues podría darse el caso de rectificar nuevamente el fallo, como algunas veces había sucedido.
Mientras tanto, Jesús no gozaría de esa regalía, pues la familia del Sumo Sacerdote estaba atenta
para impedir cualquier manifestación de solidaridad. Al día siguiente, estaría frente a Pilatos para ser
juzgado por sedicioso contra los poderes públicos. Su destino estaba sellado; sería lapidado por los
judíos, o crucificado por los romanos.
Pregunta: ¿Qué pasó con Jesús el día viernes?
Ramatís: El día viernes, muy temprano por la mañana, el Jefe de los esbirros del Sumo
Sacerdote mandó retirar a Jesús del edificio de segregación pública, una cuadra más adelante donde
fue juzgado. Le ataron las manes y lo llevaron rápidamente ante el Procurador Romano. Casi todos
los apóstoles habían desaparecido y temían aproximarse a la prisión hebraica donde se hallaba el
Maestro. Marcos, Tomás, Tiago y el tío de Jesús, cuando fueron interrogados por los esbirros del
Sanedrín, jamás negaron su condición de discípulos. Lo acompañaban a la distancia, seriamente
preocupados por lo que pudiera sucederle.
Aunque el verdadero motivo que llevó a la muerte a Jesús era de naturaleza religiosa, el Sumo
Sacerdote supo juntar pruebas y material suficiente para culparlo bajo las leyes romanas y que fuera
pasible de la crucifixión por haber cometido un crimen de Estado. La lapidación, el estrangulamiento o
sacrificio en la hoguera eran procesos de punición a quienes se rebelaban contra la Ley mosaica,
pero la cruz era un suplicio romano para ajusticiar a los esclavos, rebeldes, criminales, ladrones o
conspiradores. El Sanedrín podía sentenciarlo a ser lapidado y después conseguir la confirmación del
Pretorio de Roma, pero los procuradores romanos acostumbraban a cerrar los ojos a esas cuestiones
religiosas de los judíos, dejándolos libres para que procedieran conforme a su Ley. Era un asunto par-
ticular de Roma y además, salía beneficiada ignorando la muerte de algún judío, que muy poco y
nada les importaba.
Poco tiempo después de la muerte de Jesús, fue lapidado Esteban, uno de sus seguidores, bajo
la custodia de Pablo de Tarso, cosa que se hacía sin consular a la Procuraduría de
Roma. Paradójicamente,
¿no
se
lapidaba
a
las
mujeres
adúlteras
en
las
calles,
inmediatamente, sin
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