prácticas maléficas, curas falsas, mistificaciones de milagros, enemigo de la Ley mosaica, sacrílega
intitulación de "Hijo de Dios" y abominable "Rey de Israel". Se investigó y este juicio comprobó, que tú
condenas públicamente las tasas y los sacrificios a Jehová e intentasteis empobrecer el arca sagrada
del templo por los desmanes cometidos por tus discípulos pisoteando a los vendedores, bienes y
ofrendas en un ostensivo insulto contra el Cleto Hebreo. Os habéis presentado como el Mesías
Salvador, ilusionando al pueblo con imposturas y promesas del Reino de Dios, pregonando la verdad
con la apariencia de lo sobrenatural y con actos censurables. Usas el arma de la fascinación para
atraer las heredades de las viudas, de los huérfanos y de los fanáticos y de emplear la seducción
para dominar a las doncellas.
Después de una breve pausa, para comprobar el efecto candente de sus palabras en los demás
jueces, pues los había interesado ante las tremendas acusaciones, en ese momento Caifás tomó una
lámina de cera que tenía delante y la entregó al promotor y relator, agregando sibilinamente:
—Que se dé conocimiento de este testimonio acusatorio, que es de mucha importancia para
proseguir el juicio.
Pausadamente y en tono de voz impersonal, el relator leyó el más terrible testimonio que el Sumo
Sacerdote había preparado para inculpar a Jesús, el que decía así:
—Declaro y confirmo que conviví y aún convivo con Jesús de Nazareth, rabino Galileo, jefe
sedicioso del movimiento de los "hombres del camino", que pretenden arrasar al templo, tomar el
poder de Israel, destruir a los príncipes, sacerdotes y fariseos, acabar con el culto mosaico, abrir las
puertas de Jerusalén a los paganos de Tira y Sidón y expulsar a los romanos.
El propio Jesús parecía despertar del letargo que estaba sumido y levantando la cabeza miró a
los acólitos de Caifás, entonces fue leído ante la atención de todos los jueces, lo siguiente:
—Yo lo dije y confirmo por mi voluntad y estado de espíritu que así es; Judas, hijo de Simón
Iscariote.
Jesús cerró los ojos un momento, mientras exhalaba un doloroso suspiro que le tomaba el pecho,
ante la infamante delación. No estaba resentido, ni afligido, pues el mismo Caifás se estremeció,
azotado por un rápido vislumbre de remordimiento, al oír que Jesús decía:
— ¡Pobre Judas! ¡Tú sí que eres digno de piedad!
Caifás no dejó que la exclamación del Maestro influyera a los asistentes, y dirigiéndose a él,
profirió en un tono de suprema autoridad:
— ¡Jesús de Nazareth, antes que la Ley se pronuncie con tu castigo o que te absuelva por fuerza
de los testimonios y de la confirmación que la dignidad de los jueces de esta casa otorga, debemos
oír tu defensa personal o facilitar tu confesión! ...
Jesús se mantuvo en silencio, con los ojos bajos, orando mentalmente al Padre y rogándole que
le diera fuerzas para resistir hasta el fin la desfachatez de aquel hombre encendido por el más
elevado índice de hipocresía. Mientras tanto, su silencio obstinado y su actitud humilde, pero serena,
que antes, fuera motivo para una intervención favorable, ahora incidían sobre aquellos hombres de
buenas intenciones, pero humanos, imperfectos y algo heridos en su amor propio por la indiferencia
del acusado. Eran piezas de una organización religiosa que funcionaban indirectamente bajo una
dirección oculta que desconocían totalmente. No tardó en escucharse las murmuraciones de
insatisfacciones y los comentarios a media voz por el desprecio demostrado por Jesús al Tribunal; los
jueces nuevos dejaron escapar exclamaciones aplastantes como la de "provocador", "Galileo necio",
cosa que Caifás escuchaba con gran regocijo, como el zorro que aprecia el éxito de su astucia.
En seguida, Hanan cruzó una mirada de inteligencia con su yerno y en un tono de voz que
demostraba su dignidad ofendida, exclamó:
—Aunque el acusado insulte al Tribunal Sagrado por su silencio orgulloso, demuestra que
aprueba los testimonios acusadores y las pruebas de la investigación sobre sus culpas, manda esta-
Ley que sea defendido por derecho y no sea juzgado sin defensa.
Escogido el defensor por el Tribunal, Jesús continuó en silencio, sin aprobar o desaprobar la
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