entre las lujosas cortinas del salón de Caifás.
La prueba más evidente que Judas no premeditó la traición a Jesús y que había sido víctima de
las circunstancias adversas, creadas por su imprudencia, está demostrado por la decisión de morir
ahorrado después de tres días de angustioso remordimiento. Un alma vil, dañina y llena de maldad,
que procediera movido por la ambición, celos o venganza, sería bastante insensible y continuaría
viviendo después de su traición. .Él traicionó a su querido Maestro por miedo, estupidez, ignorancia e
ingenuidad, además de robustecer su desgraciado equívoco de adorar a los poderosos y confiar en
los astutos.
Pregunta: ¿Qué le sucedió a Jesús después de su detención en el Huerto de los Olivos?
Ramatís: En el trayecto desde el Jardín de Gethsemaní hasta la residencia fastuosa de Caifás,
Jesús tuvo desfallecimientos, pues varias veces los soldados tuvieron que reducir el paso para que se
recuperase a fin de no ser arrastrado. La pérdida de sangre que tuvo en el Huerto de los Olivos, lo
dejó pálido, febril y abatido.
Era bastante entrada la noche cuando llegaron a la casa del Sumo Sacerdote, allí estaba reunido
el consejo que lo formaban veintiséis miembros, conocido en la época como la "pequeña corte" o
"pequeño consejo" que era convocado rápidamente para juzgar casos de reconocida emergencia
religiosa, de cuya gravedad pudieran provenir consecuencias graves para el futuro. El Sumo
Sacerdote al convocar la "pequeña corte" le asistía el poder de hacerlo de inmediato, y más tarde
podía presentar las razones de ese acto deliberado. El Gran Consejo, compuesto de setenta
ancianos y el Sumo Sacerdote, eran los que decidían sobre las sentencias aplicadas por la "pequeña
corte", siempre que los acusados pudieran presentar pruebas aceptadas para una apelación, o no
hubiera unanimidad en el juicio. Apenas un voto en contra era suficiente para derribar o reformar las
sentencias, que pasaba a disponer de la "corte mayor".
Caifás tenía mil razones para justificar la convocación de la "pequeña corte" en aquella noche,
pero temía algún voto favorable a Jesús o que se planteara alguna dilatación sobre la sentencia que
él tanto insistía en llevar a la práctica. Si algo de eso sucediera, el rabí escaparía de morir antes de
Pascua y difícilmente sería sentenciado a muerte, pues aún gozaba de un gran prestigio entre el
pueblo y la simpatía general terminaría por convencer a los viejos del Gran Consejo. Por eso, Caifás,
Hanan y los demás de la parentela movilizaron todas las fuerzas, mañas y fortunas, para incriminar a
Jesús por unanimidad, y encuadrarlo como infractor civil, sujeto a la pena de muerte por las leyes
romanas.
Caifás convocó la reunión de la "pequeña corte" en su residencia, en vez de hacerlo en la
Cámara del Partido, pues eso era permitido siempre que hubiera unanimidad entre los jueces
participantes. Por otra parte, él quería llevar a cabo el juicio esa misma noche, pues según era la
ética religiosa, el Tribunal no podía reunirse antes del sacrificio matutino en el templo, entonces
debería efectuarse al día siguiente por la tarde y sin posibilidad de ser juzgado a tiempo por Pilatos.
Cualquier judío, por ínfima que fuera su condición social o moral no admitiría juicio alguno o punición
el día sábado, gran víspera de Pascua, o el día domingo en el auge de las fiestas.
Habían sido tomadas todas las precauciones posibles para sacrificar al peligroso rabí de Galilea,
aunque todo se procesara dentro de los rectos dictámenes de la Ley. Caifás sustituyó a los jueces
que habían demostrado simpatía por Jesús, nombrando diez suplentes jóvenes de su entera
confianza a los cuales les venía patrocinando la carrera jurídica. El enjuiciamiento debería
encuadrarse dentro de las reglas y preceptos de la más alta dignidad tradicional, de aquel "Tribunal
Sagrado", cuyo respeto nunca fue puesto en duda. Pero el Sumo Sacerdote tenía la seguridad de que
las pruebas y testimonios acumulados, más la astuta trama delatoria de Judas, eran más quo
suficiente para forzar a los jueces a que culparan al rabí Galileo, como "seductor, profanador" del
templo, enemigo de la Ley, fabo "rey de Israel" y sacrílego "Hijo de Dios".
Ningún ser jamás fue más ingenioso y pródigo de talento para destruir una vida, como lo hicieron
Caifás, Hanan y su parentela, cuyo temor era perder la dirección del negociado religioso. Pusieron
espías en medio del movimiento cristiano, acrecentando la "marcha" hacia Jerusalén, bajo las
aclamaciones sediciosas que fueron los bien tramados motivos para incriminar al ingenuo rabí
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