El cálice de la amargura representa el cuerpo, y la sangre de la vida humana; es la cruz de la
carne que libera al espíritu de sus imperfecciones kármicas en el calvario de las vidas planetarias
bajo los clavos de la maldad, el sarcasmo y el sufrimiento. Sólo en la pobreza de la imaginación
humana se pueden concebir las angustias de un ángel, como Jesús, a la versatilidad de las
emociones del mundo de la carne. El espíritu que ya tiene conciencia de "ser" y "existir", está
facultado para decidir y optar por su descenso a la carne, pudiendo aceptar o rechazar el "cálice de la
amargura", es decir, el vaso de la carne humana. ¿Cuántas almas, después de tantos preparativos en
el mundo espiritual para reencarnar en la tierra, se acobardan a última hora -y obligan a los técnicos
siderales a tomar medidas urgentes, para no perder la hermosa oportunidad que brinda aquella
encarnación?
Pregunta: ¿Cómo sucedió la detención de Jesús?
Ramatís: Jesús había dicho a los apóstoles Pedro, Juan y Tiago que se escuchaban los gritos
que provenían de las afueras del Huerto de Jeziel. En seguida aparecieron varios discípulos agitados
y profiriendo gritos alrededor de un grupo de diez personas, que pararon junto al Maestro. Eran ocho
soldados romanos armados de lanzas y espadas y dos esbirros del Sanedrín que empuñaban fuertes
bastones. Jesús entornó los ojos, pues estaba seguro que era el comienzo de su pasión; pero
también indicaba que su liberación espiritual estaba muy cerca. Decidido y sin temor dio un paso al
frente, y preguntó:
—"¿A qué venís, amigos?"
Uno de los esbirros judíos avanzó y señalando a Jesús, exclamó:
—"¡Ese es el rabí de Galilea!"
Los soldados romanos se arrojaron sobre él maniatándolo con cuerdas, ante la protesta de los
apóstoles y la desesperación de Pedro, que tomando la espada de uno de los soldados y lleno de ira,
se abalanzó sobre el esbirro que señaló al Maestro, dañándole la oreja. Jesús, en esfuerzo supremo
se interpuso, diciendo a Pedro:
—"Pedro, devuélvele la espada. Todos los que empuñen la espada morirán por la espada. No
somos culpables; pero debemosf sufrir la injusticia humana con resignación."
Los soldados se miraron rápidamente con inteligencia e hicieron el gesto de prender a Pedro;
mas el herido era judío, por eso poco les importaba. Juan, al mando de Jesús, cogió de allí mismo un
puñado de hierbas antihemorrágicas y un pedazo de lino e hizo un vendaje eficiente alrededor de la
oreja sangrante del esbirro. Bruscamente, los soldados colocaron a Jesús a su frente y lo llevaron
entre dos filas, sujeto por la cuerda que uno de ellos cuidaba. Descendieron el camino del Huerto en
dirección a la granja, aplastando todas las plantas encontradas en el camino. El Maestro continuaba
cabizbajo bajo la luz de las antorchas de la siniestra patrulla y al pasar delante de la casa de
Gethsemaní, movió la mano resignadamente para Jeziel, sus parientes y huéspedes que lo estaban
esperando. Todos tenían los ojos saturados por las lágrimas, sintiendo profundamente la prisión del
Maestro, pacífico y humilde, que durante su estadía en la granja les ofreció hermosas lecciones de
elevada espiritualidad.
Juan intentó seguir cerca del Maestro, pero los soldados lo obligaron a retroceder bruscamente;
Tiago, hermano de María, en un momento de desesperación cayó de rodillas, implorando socorro a
Dios; y el joven Tiago, hermano del Maestro, descendió a toda carrera en dirección a la ciudad. Los
demás apóstoles le seguían a cierta distancia y bastante sorprendidos de no ser aprehendidos du-
rante el trayecto. Hacía dos días que no se alimentaban bien, pues estaban agitados y asustados
cada vez que el portón de la granja se abría para dar paso a alguien de la casa. Se iban rehaciendo
poco a poco del incidente doloroso sucedido al Maestro y el instinto conservador de la carne comenzó
a enquistarles el espíritu. El fatal calculismo de los humanos pronto les ganó la conciencia, pues
reflexionaban que nada se podía hacer por Jesús, muy por el contrario, tal vez le empeoraban la
situación delante de los astutos jueces del Sanedrín. Los sofismas del hombre les llenaba el alma
como justificada capciosidad, mientras que las voces de las sombras les aconsejaban la fuga
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