realidad quién velaba por ese sueño reparador de los terrícolas, suspendido entre el mundo de la
materia y el reino del espíritu con sus brazos abiertos y atados en una cruz. Pero, también percibió
que una vez vencido aquel dolor inhumano, se desprendía de la carne y vibraba por el impacto del
voltaje sideral, sintiendo en su propia alma el extraño fenómeno que le absorbía la vida interna. En un
extremo, la pulsación y la rotación de los astros, constelaciones y galaxias; y en el otro, el vibrar de
los átomos en el seno de las moléculas de las flores, vegetales y de las sustancias terrestres.
Escuchaba el extraño torbellino de los mundos saturados de civilizaciones, rotando alrededor de sus
soles, y al mismo tiempo, el ruido extraño que producía la savia subiendo por la médula de los
vegetales. Jesús en un supremo instante, fracción de un segundo medido por el hombre, abarcó el
macrocosmo y el microcosmo, consciente de su fuerza y poder, de su sabiduría y de su gloria.
Ese fenómeno que le sucedió a Jesús, es conocido entre los hindúes como "samadhi" y por los
occidentales como "éxtasis"; es un rápido fulgor de la verdadera vida espiritual del ser cuando
alcanza el Nirvana, es decir, la comunión con el Padre, aunque sin perder la individualidad sidérea.
En esos momentos se diluyen las distancias, el tiempo y el espacio convencional de la limitada mente
humana, mientras el alma abarca consciente y perceptiblemente la vida del macrocosmo, como la del
microcosmo, fundiendo en la intimidad las constelaciones de los astros con las constelaciones de los
átomos, pues la materia es "Maya", "ilusión", donde sólo el Espíritu es la Verdad.
La composición ideoplástica de la visión de las tres cruces en el Calvario, hizo vibrar al cuerpo
carnal de Jesús, debido al potencial de la fuerza espiritual movilizada para dar forma a las ideas del
mundo del Espíritu, en imágenes que pudieran ser reconocidas en la tela de su cerebro físico. El
cerebro había tomado temperatura por causa del impacto sidéreo, además su capacidad de
resistencia humana había disminuido mucho, mientras que los nervios estaban totalmente debilitados
y la sangre superactivada por la elevada presión amenazaba romperle los vasos cerebrales.
Súbitamente, en un esfuerzo heroico emprendido por la naturaleza carnal, la corriente sanguínea fue
drenada por las glándulas sudoríparas, y gruesas gotas de sudor y sangre cayeron al suelo, dejando
al Maestro totalmente agotado en sus fuerzas vitales
3
.
Desde ese momento se mantuvo vivo gracias a sus amigos espirituales que le suministraban
fuerzas vitales. Se levantó, llevando la mano al pecho y medio tambaleante comenzó a descender
hacia la granja, se acercó a Pedro que dormitaba recostado en un tronco de olivo, mientras Juan y
Tiago dormían pesadamente con la cabeza entre las rodillas. Después de las 20 horas comenzó a
sentirse inquieto, pues presentía que la noche sería de insomnio, por eso resolvió hacer una nueva
plegaria en lo alto del monte, sin consultar a Pedro, ni a Tiago ni Juan.
Finalmente se decidió reposar, y acercándose a los tres discípulos que todavía dormían
pesadamente, les dijo: "Dormisteis y descansasteis; bueno, pensad que es la hora de la despedida,
pues el hijo del Hombre será entregado en las manos de los pecadores. Levantaos porque ya están
llegando aquellos que han de llevarme para cumplir con la voluntad del Señor"
4
.
Pregunta: Qué nos podéis aclarar respecto a las palabras de Jesús, que Lucas y Mateo le
atribuyen en la cena, cuando rechazó el cálice de la amargura en el Huerto de los Olivos; expresado
así: —"Padre, apartad de mí ese cálice". Según algunos estudiosos, dicen que fue un momento de
vacilación que tuvo el Amado Maestro. ¿Qué os parece?
Ramatís: Es obvio, que si eso hubiera ocurrido como dice la narración de los evangelistas,
entonces sólo Jesús podía haber explicado el hecho, pues Juan, Tiago y Pedro que estaban cerca,
dormían pesadamente y no podían oír tales palabras. El resto de los apóstoles se hallaban distantes
en el depósito mayor de la granja, en la parte baja del monte de los Olivos.
En verdad, el rechazo del cálice de la amargura, que la tradición religiosa atribuye a Jesús, es un
rito iniciático de los viejos ocultistas respecto a la vacilación o temor del alma consciente cuando se
prepara en el espacio para luego tomar el cuerpo carnal.
3
"Y puesto en agonía, oraba con mayor vehemencia. Y fue su sudor como gotas de sangre, que corrían hasta
alcanzar la tierra" (Lucas, Cáp. XXII, vers. 43 y 44).
4
Mateo, Cáp. XXVI, vers. 45 y 46.
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