Los compiladores de los evangelios según los apóstoles, comenzaron a exaltar la personalidad
del Maestro como un reformador moral y religioso, de hechos y acontecimientos melodramáticos,
además de hacer prodigios para adaptar su vida a las predicciones relatadas en el Viejo Testamento.
Le cambiaron totalmente su vida y lo que era sencillo se volvió altilocuente; lo natural, humano y
lógico, se transformó en milagroso, divino e insensato. Sumaron a la vida de Jesús los
sentimentalismos humanos e infantiles, como las concepciones fantasiosas y la creencia en lo
milagroso. Crearon el mito y eliminaron al hombre; hicieron un Dios: propio y lo alejaron de la
humanidad.
En el Huerto de los Olivos, el Amado Maestro vivió sus últimos instantes de libertad física en el
mundo, y las angustias de un espíritu que se preparaba para el holocausto en favor de sus hermanos,
pero aun temía no poder afirmar las bases para su doctrina. En realidad, allí ocurrieron fenómenos
con su persona de excelsa magnitud.
Pregunta: ¿Podéis decirnos lo que sucedió a Jesús y sus apóstoles el día jueves?
Ramatís: Conforme dijéramos, durante el día visitaron la granja varios amigos trayendo noticias
alarmantes, y algunos, le proponían sacarlo de Jerusalén. A la oración, después de las 18 horas
comieron algunas frutas, en donde Jesús casi no tocó alimento alguno, pues quiso subir a la parte
alta del Huerto y tratar de ver la belleza que brindaba la naturaleza, pues era la hora más apreciada
para observar la aparición de las primeras estrellas en el cielo. Estaba caluroso y sofocante y
preanunciaba lluvia para la madrugada; los apóstoles, además de afligidos y atemorizados, estaban
cansados. El Maestro salió de su pequeño aposento, y al pasar delante del galpón grande vio a
algunos de sus discípulos recostados sobre, los fardos de heno, mientras que otros estaban tirados
sobre las mantas y pieles de carneros; sus atribuladas fisonomías expresaban dolorosas reflexiones.
Bartolomé y Felipe que habían hecho lúgubres vaticinios para el movimiento cristiano, se encontraban
pálidos y abatidos; Simón Cananeo no podía controlar sus movimientos nerviosos; Tomás, creyente
sincero en la obra del hombre y descreído de la revelación divina, parecía conformarse con aquel fin,
bastante humano; Tadeo y Andrés estaban absortos y sus espíritus deberían estar vagando por
Galilea, reviendo los paisajes de la infancia y soñando con el hogar pacífico y acogedor. Mateo,
hombre organizado y sensato, parecía ajeno al peligro inminente, pues escuchaba sin inmutarse, la
conversación ingenua y jovial de Tiago, hijo de Alfeo. Judas había desaparecido desde las primeras
horas de la mañana del jueves y no se volvió a ver más, causando extrañeza que anduviera por toda
la ciudad, sin impedimentos de ninguna especie, aunque alegaba que ninguno lo reconocía como
discípulo de Jesús. Juan, Tiago y Pedro al ver a Jesús se levantaron rápidamente para acompañarlo,
pero el Maestro se acercó a sus apóstoles y su mirar compasivo, pero enérgico, cariñoso y
estimulante, los fue mirando uno a uno. A su lado había un fardo de heno y que por coincidencia
estaba al extremo de aquel círculo de hombres sentados, recostados y abatidos por la lucha espiritual
que soportaban y por el agotamiento corporal. Se sentó al frente de los mismos, condolido por sus
debilidades humanas y por lo mal preparados que estaban para los combates gigantescos del espíritu
inmortal, pues habían agravado su situación personal por haber prestado oído a la voz de la sirena de
la subversión, que iba tomando cuerpo en medio del movimiento cristiano y que fue demostrado
públicamente con arrebatos de violencia ante los poderes públicos.
Jesús entonces comprendió que era necesario animarlos, vitalizándoles las fuerzas abatidas del
espíritu para que no subestimaran el mensaje del Evangelio, salvador del hombre. Era necesario
transmitirles fuerzas espirituales para ayudarlos a enfrentar sus duros destinos y que aprendieran a
soportar las miserias humanas para el futuro. El Maestro se sintió embargado por la generosidad de
su alma, mientras que una voz amiga, le susurraba al oído; tocado por esa inspiración superior, se
levantó y en un tono profético y vibrante, así les dijo:
—No desesperéis; ha llegado la hora en que el hijo del Hombre será entregado en las manos de
los pecadores; mas dormid y descansad, pues el Pastor será motivo de escándalo, pero las ovejas
del rebaño no perderán su redil. No os quitarán de Galilea porque vuestro testimonio aún no pide la
prueba de la sangre del cuerpo, sino, el tributo sagrado del espíritu. Os doy las palabras que Dios me
dio; el Padre me glorifica a mí en vosotros mismos, en la manifestación de su nombre entre los
hombres. Yo terminaré la obra que mi Padre me encargó y no temo dejar el mundo a que vine,
189