Capítulo XXVIII
LA ENTRADA DE JESÚS EN JERUSALÉN
Pregunta: ¿De qué forma entró el Maestro en Jerusalén?
Ramatís: El domingo anterior a la semana de Pascua, Jesús y sus discípulos partían de Bethania
en dirección a Jerusalén. El Maestro estaba silencioso y se le notaba una gran preocupación, dado
que preveía los acontecimientos que iban a suceder; sus amigos y adeptos lo acompañaban
demostrando gran alegría, pareciendo ignorar el mundo en que se debatía el Mesías.
La ciudad de Dios necesitaba ser higienizada y el águila romana debía ser destrozada por los
tacos de los judíos heroicos y decididos, bajo la dirección, gloriosos e invencibles del profeta Jesús. A
medida que la caravana recorría el camino de Bethania a Jerusalén, se sumaban nuevos adeptos,
simpatizantes y algunos aventureros, entusiasmados ante las perspectivas compensadoras de aquel
movimiento liberador. A cada instante, más y más gente engrosaba la turba barullenta alrededor del
grupo apostolar; los más entusiasmados cantaban y reían, mientras otros batían palmas, daban vivas
a Jesús y lo saludaban como al Rey de Israel. Caravaneros, peregrinos y aventureros encontrados
por los caminos recibían la invitación para seguirlos, los cuales reían con muchas ganas al vez la
alegría provinciana de los galileos siguiendo a la cola del Maestro.
Aunque el Maestro estaba algo contagiado de aquella alegría casi infantil, sin embargo se
mostraba aprensivo, se sentía responsable por el culto muy personal que le dedicaban sus
seguidores, pero contrario a las normas de su conciencia espiritual. La muchedumbre llegó a las
puertas de Jerusalén y paró unos instantes con cierto aire triunfal; muchos de sus participantes se
habían adelantado para preparar una recepción jubilosa que contagiaría a los jerusalemitas, que eran
indiferentes a todo lo que proviniera de Galilea. El Maestro no pudo substraerse de aquella onda
vibratoria y efusiva y levantándose majestuoso, atravesó la "Puerta Áurea" de la ciudad; más su
espanto fue mayor, cuando vio que las mujeres y los niños le arrojaban flores y lo saludaban con
ramos de olivos y palmeras, mientras los hombres se sacaban sus túnicas y las tendían en el suelo
para que él pasara. Sorprendido y un tanto aprensivo, pisaba los pétalos de las flores y las túnicas de
sus admiradores bajo los gritos de "hosannas" y aclamaciones al Rey de Israel y al "Hijo de Dios".
Además, Jesús no entró en Jerusalén montado en un burro, como dice la tradición religiosa y como lo
predice el Viejo Testamento, pues desde Bethania, todos' marchaban a pie. Como es lógico, ninguno
colocaría la túnica en el suelo para que las pisara un burro, pero es verdad, que lo hicieron para que
pasara el Maestro Galileo.
Las calles de la ciudad estaban repletas de todo tipo de gente, muchos de Judea y otros de
algunas naciones distantes para asistir a las fiestas de Pascua. Se podía ver a los mercaderes de
Alejandría, con gorros color rojizo, túnica y sayo que les llegaba hasta los pies; de Cesárea,
Antioquía, Arabia y hasta del norte de África; judíos de Abisinia con los pies descalzos y vestidos con
un ropaje en el que primaba el color blanco, los del Oeste se distinguían por sus trajes gruesos; la
gente del desierto, se diferenciaba por la vestimenta confeccionada con piel de camello o de león.
Había hombres y mujeres pobres, casi desnudos, que los hebreos pudientes miraban con cierto aire
de desprecio a la vez que ostentaban sus collares y joyas, e iban vestidos con finas telas de Sidón y
ricas fajas color púrpura de Tiro. En medio de aquella muchedumbre, de vez en cuando brillaban los
cascos y las armaduras de los romanos que pasaban en pequeños grupos golpeando en las piedras
con los tacones de las botas militares. La multitud sudaba y olía mal, pues la ciudad estaba sucia y no
había tiempo para efectuar la limpieza. Frutos y legumbres en descomposición se hallaba esparcidos
por las veredas mientras que los asnos y camellos buscaban en esos desperdicios algo para comer.
Tronaban los pregones y los vendedores vociferaban ofreciendo sus mercaderías a los forasteros, en
franca y feroz competición, que a cada instante exigía la intervención de las patrullas de los soldados
romanos.
Jesús y los galileos que lo seguían estaban convencidos, que toda esa heterogénea gente estaba
impuesta de los objetivos mesiánicos y entraron por la calle de las Especies en donde les esperaba
otra gritería casi infernal, pues los judíos de esa zona se dedicaban a la molienda en base
a
176