interesarse por sus ideas y le desearon éxitos en Jerusalén. Es cierto que no podían entender el
sentido místico y espiritual de su obra mesiánica, que no preveía ningún provecho personal. En dulce
coloquio con esas queridas hermanas y su madre, que también habían sido influidas por Efraín,
Jesús se recuperó de su abatimiento, comenzando a sentirse más reanimado y con mejor semblante.
María también se conmovió después de escuchar las tiernas palabras de su hijo querido y el
dramático relato sobre la marcha hacia Jerusalén para consolidar el Cristianismo, que era la fuente
liberadora de los pecados humanos. No era mujer de grandes recursos intelectuales, pero tenía los
mejores sentimientos del mundo, por eso, cándidamente hacía emotivas exhortaciones a su hijo para
que se quedara en el hogar y abandonara sus ideas atrevidas y sueños irrealizables. Le hizo
referencia de los ofrecimientos reiterados que le había ofrecido Efraín, que le daría la dirección y
administración de algunos bienes en Galilea del Norte, así se evitarían las dificultades y
persecuciones contra la familia por parte del Sanedrín o de las autoridades romanas.
Jesús escuchaba silenciosamente a su adorada madre, pero era invulnerable a la determinación
que había tomado respecto a su viaje a Jerusalén. A través de su elevada cortesía espiritual, le hizo
ver el motivo que lo impulsaba, que siendo bastante niño, ya había abdicado de los bienes del mundo
para poder servir al Señor en Espíritu.
Resistiendo a los últimos ruegos de sus hermanas y madre, a las amenazas y a los insultos de
los parientes disgustados, Jesús decidió partir, habiendo combinado el día anterior con sus discípulos
y compañeros que lo esperarían en la zona sur, a la salida de la ciudad. Su despedida fue una de las
más duras soportadas hasta entonces, pues los apodos y dichos mordaces de sus familiares des-
pechados y llenos de rabia, parecían incidir en Efraín, pues tenía los ojos congestionados de ira y
desesperación. Algunos lo llamaron fugitivo y los discípulos que se iban acercando, tuvieron que
volverse, pues fueron amenazados agresivamente. Se rieron de su título de "Hijo de Dios" y corearon
sus ideas en forma liviana y tonta, tratando de exacerbarlo, pues viendo lo imperturbable que se
hallaba, trataron de irritarlo al máximo, como último intento para impedirle su proyectado viaje.
Jesús, irreductible, rogaba al Padre para que perdonara a su parientes enceguecidos por los
intereses del mundo; abrazó a sus hermanas, besó tiernamente a María haciéndole derramar
sentidas lágrimas. Y, aunque había sido tildado de loco y otros apodos indeseables, aun así, el
Maestro se volvió minutos después y saludó amorosamente a todos haciendo señas, mientras que
Tiago, el hermano menor, caminaba a su lado con una sonrisa triunfal, en medio de las protestas que
vociferaban los más viejos. Jesús intentó hacer volver a Tiago, pero fue imposible; su joven hermano
por nada del mundo dejaría de conocer a Jerusalén. El grupo familiar quedó silencioso, y a lo lejos,
apenas María y sus hermanas saludaban moviendo las manos. Efraín se adelantó para llegar antes a
Jerusalén e intentó por todos los medios de hacer pasar por loco a Jesús a fin de impedirle su
pregonación evangélica. Su desesperado recurso, atribuyendo insanidad al rabí de Nazareth, no
encontró eco público, ni en las autoridades, pues su hermano, no había cometido ningún delito que
justificara ese pedido.
He ahí el motivo principal por qué Jesús guardó silencio durante el interrogatorio cuando lo
estaban juzgando, tratando de aparecer como el único culpable, a fin de resguardar de las
acusaciones públicas a su atemorizada familia, pues cuando los jueces le preguntaron sobre sus
familiares, les respondió lacónicamente: "¡Que no tenía hermanos ni parientes!"
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