vivir en Jerusalén. Entonces, Jesús tranquilo y pensativo, reunió a su alrededor a todos sus discípulos
y mirándolos con cariño familiar y a su vez, dominado por una extraña recordación que le aprisionaba
el corazón, profirió las siguientes palabras de advertencia, pero llenas de comprensión y
benevolencia: «Os enseñé el camino de la vida eterna, a practicar la virtud y a renunciar de las
honras perecederas del mundo; honrar a vuestra memoria y a vuestro corazón, vivir la paz del espíritu
que permanece por encima de las glorias y de los poderes transitorios del mundo de César. Pues
aquel que confía en mí, el Señor lo vestirá y alimentará por toda la eternidad. No os aflijáis por los
tesoros del mundo porque seréis ricos en el Cielo. La palabra del Señor es para alcanzar la vida
eterna, la que jamás se halla en armonía con los poderosos del mundo».
En seguida, el Maestro se levantó y con aire de suma importancia, y como si fuera una
advertencia amorosa, exclamó: "¿Por qué me buscáis en los caminos de las honras y de las glorias
del mundo, cuando siempre os he dicho, que mi reino no es de este mundo?"
Pregunta: ¿Nos podéis decir, cómo fueron los últimos momentos de Jesús junto a su familia,
antes de partir hacia Jerusalén?
Ramatís: Antes de partir de Bethania para Jerusalén, Jesús quiso ver y despedirse de su madre,
de sus parientes y amigos íntimos, por eso se dirigió primero a Nazareth. También sabía, que esa era
la última vez que veía a su querida ciudad y recordaba los momentos gratos que allí había vivido.
Su propia familia cada vez se volvía más hostil y extraña, pues a su regreso, tuvo una de las
peores acogidas por parte de sus hermanos y parientes, pues hacía tiempo que habían confabulado
para que no continuara con sus pregonaciones peligrosas. Finalmente consiguió reunir a todos los
miembros de su parentela carnal y los exhortó a que siguieran el camino del Señor, como así
también, que se alejaran de la tentación de los bienes del mundo, pues presentía que ya no
regresaría de su viaje a Jerusalén, puesto que iba a ofrendar su vida por la inmortalidad de su obra.
Al principio, los hermanos más viejos, hijos de Débora, primera esposa de José, lo miraron
irónicamente, como si fuera un extraño en el hogar. Una vez que se impusieron de todo el plan que
Jesús iba a desarrollar en su próximo viaje, lo increparon duramente, dado que iba a ofender a la Ley
y a la tradición hebrea. Lo tildaron de vagabundo de los caminos, profeta que dirigía a una corte de
malandrines y andrajosos y que había faltado a los deberes de todo hombre, al no sustentar su hogar
y de abandonar a su madre pobre y viuda. Efraín, el miembro más rico de la familia, que trabajaba en
el comercio de inmobiliario y especulaba con las monedas en Galilea, dueño de grandes propiedades
rurales, fue el más acusador e inculpó al Maestro de demente y que iba a tomar las medidas
necesarias para internarlo, dado que ponía en peligro la tranquilidad de la familia en su obstinación de
ir contra el sacerdocio judío y las autoridades romanas. Temía que sus bienes le fueran secuestrados,
conforme sucedía cuando la justicia hebraica o romana exigía a la familia, la cobertura de los
perjuicios causados por alguno de sus miembros sediciosos.
Jesús guardaba silencio durante la discusión suscitada entre sus hermanos, influidos por Efraín y
que más bien parecía un tribunal doméstico. En realidad, allí comenzaban sus dolores y pasión a
través de aquellas amargas censuras y amenazas injustificadas de sus familiares. Estaba cansado,
pobremente vestido y su rostro no ocultaba la tristeza por la falta de afectos de sus propios
consanguíneos, que no podían comprenderlo en su apasionada dedicación por el bien de la
humanidad. También es verdad, que su corazón no guardaba ningún resentimiento, pues comprendía
fácilmente que ellos no estaban en condiciones espirituales para vivir una vida liberados de intereses
y pasiones. Apenas Tiago, hermano de María y tío suyo, compañero incondicional hasta los últimos
días, trataba de justificarlo delante de los otros hermanos, cuñados y cuñadas, que temían el poder
de las autoridades de Jerusalén. Tiago, su hermano menor, en un asomo de entusiasmo y
contrariando a los más viejos, allí mismo juró que iba acompañar a Jesús y que lo ayudaría a divulgar
los principios de la obra cristiana.
Jesús descansó dos días en su casa, pues su idea era anticiparse a las fiestas de Pascua una
semana antes. A pesar de la agresividad de sus parientes exaltados, sin embargo gozó de cierto trato
afable por parte de sus hermanas, principalmente Ana, que era la más comprensible para su forma de
ser. Lo trataron con esmerado cariño, como es peculiar a los sentimientos de la mujer, llegando
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