había dicho que "Dios alimentaba a las avecitas del cielo y vestía los lirios del campo", y acrecentaba,
que eso también lo haría con sus hijos. Mientras tanto, para aquellas mentes interesadas,
preocupadas únicamente por su ventura personal —además, eran espíritus sometidos a las pruebas
kármicas de la pobreza, dolor y humillación—, sólo les afirmaría su fe vacilante, todo lo que fuera
visible, positivo e inmediato. Obviamente, el Maestro tendría que movilizar recursos más convincentes
para mantener el mismo diapasón de ánimo y confianza en sus palabras y esperanzas prometidas
para el futuro.
Pero, sus providencias no llegaron a concretarse, pues el mes de marzo llegaba a su fin y a los
pocos días del mes de abril fue crucificado. Asediado por sus apóstoles y principalmente por Pedro,
que también se dejaba impresionar por la opinión de la mayoría de los partidarios de la causa
cristiana, Jesús se dejó influir por un extraño y oculto impulso, resolviendo tomar el camino a
Jerusalén para pregonar su doctrina durante las festividades de Pascua. Siempre había postergado
su viaje a Jerusalén, pues lo consideraba algo prematuro para pregonar sus doctrina, llena de los
encantos provincianos de Galilea. Temía una recepción fría por parte de los habitantes, puesto que
eran sarcásticos para recibir las nuevas ideas y menos aún las concepciones de los galileos, o ser
motivo de escarnio al enfrentar públicamente a los sacerdotes duros de corazón, aunque hábiles y
astutos malabaristas de las letras y de los sofismas. Sin lugar a dudas, que su obra sería desvirtuada
en Jerusalén, con serios perjuicios para el futuro, en el caso que tuviera que volver a Nazareth
frustrado y humillado. Tomás, cauteloso y ponderado, consideró la idea de Jesús como una peligrosa
aventura, pues circulaban rumores que sería apresado al llegar a la ciudad, y tal vez, la orden de cap-
tura ya estaría expedida.
El Maestro se puso pensativo ante las ponderaciones razonables de Tomás, pues si bien nada
temía por su propia vida, más le afligía el destino precario de aquella obra erigida a costas de
renuncias, amarguras y perseverancia. Nada le atraía en el mundo material, cuyas sensaciones y
placeres no lo hacían vibrar en su avanzada sensibilidad psíquica; pero tardaba en tomar aquella
decisión, esperanzado de encontrar en Jerusalén el material adecuado para inflamar la llama de la fe
y del ánimo, que amenazaba apagarse en el corazón de sus amigos y discípulos. En fin, no
vislumbraba otra alternativa, tenía que pregonar el Evangelio en Jerusalén para alcanzar el deseado
estímulo renovador en sus adeptos.
Una vez decidido, reunió a sus fieles y les transmitió la buena nueva de su ida a Jerusalén; no
como un simple visitante, sino para pregonar durante las fiestas de Pascua en las plazas, sinagogas,
escuelas, y tal vez, en el mismo patio del Templo, donde hablaban los más famosos oradores de
Judea. La noticia impactó a sus discípulos e hizo blanco en la turba que deseaba alcanzar provechos
materiales. El "Reino de Dios" y el trono de Israel estaban próximos, pues Jesús se había decidido
emprender la tan esperada marcha hacia Jerusalén. La alegría fue contagiosa; un soplo renovador y
poderoso vitalizó hasta los más pesimistas.
Jesús se hallaba hospedado en la casa de Ezequiel, en Bethania, cuando decidió ir a la ciudad
de Jerusalén. La efusiva novedad fue transmitida a todos en todo el ámbito de la provincia;
rápidamente los discípulos se movieron para diseminar la noticia entre los admiradores. Ninguno
tenía dudas respecto a la empresa mesiánica que el Maestro iba a poner en marcha y que se
delineaba como la etapa final de sus pregonaciones. Las multitudes lo esperarían llenas de júbilo a
las puertas de la ciudad, como se acostumbraba a recibir a un rey; y lo llevarían triunfalmente por las
calles hasta la ciudadela del Templo. Allí, el Maestro sería consagrado en su augusta y divina
majestad y desde la inexpugnable fortaleza continuarían hacia el palacio de Herodes, donde asumiría
el poder, dando cumplimiento a las profecías de Isaías y Micheas.
Delante de la casa de Ezequiel, la multitud daba vivas a Jesús con gran delirio. Los apóstoles
sonreían felices, contagiados por el entusiasmo de la turba y hacían coro agasajando al Maestro.
Tomás, el hombre cauteloso, Felipe, el pesimista, Juan siempre ajeno a los ruidos del mundo, no
estaban de acuerdo con aquella demostración, que preanunciaba trágicos acontecimientos dentro de
muy poco tiempo.
Pregunta: ¿Qué reacción tuvo el Maestro Jesús ante la demostración de sus discípulos y el
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